Opinión

Manicura (y pedicura)

Los seres humanos se pueden repartir en incontables categorías. He venido aquí para establecer estas dos: aquellos que se cortan ellos mismos las uñas y quienes permiten que otros lo hagan (por necesidad, vicio o cualquier otra razón o sinrazón). Como representante de la primera categoría, ya que mis emolumentos me alejan de la posibilidad de contratar a alguien para semejante chorrada y por tanto mudarme de grupo, cosa que me causaría no poca alegría, quiero hacer algunas consideraciones. 

Una persona haciéndose la manicura. DAVID FREIRE (ARCHIVO)En primer lugar, señalar que el cortado de uñas es algo que realizo empleando unas gafas. También las uso para leer, pero en este último caso las gafas encajan a la perfección con la tarea: es lo que se espera de ellas. Casi debería ser obligatorio ponerse gafas para leer, se necesiten o no. En cambio ponerme gafas para cortarme las uñas hace que me sienta gilipollas. No me pregunten por qué: sucede. Y no hablemos cuando busco una papelera, un cubo o la misma taza del váter para realizar la operación sobre ellos y que no queden los trozos ciscados por todas partes. Sentarse enfrente de la taza del váter con las gafas puestas y el cortauñas en ristre, ligeramente enchepado para apuntar con más garantías, es una de las experiencias más humillantes que el ser humano puede realizar en el entorno doméstico. No me venga usted ahora con que ha desarrollado un sistema mucho más eficaz y respetable con un fin idéntico. No me lo creo, se está pasando usted de listo o de lista. Además, si es usted mujer, dudo mucho que emplee un cortauñas. No quiero meterme en camisas de once varas, pero no he visto jamás a una fémina usando un cortauñas. Tampoco es que me haya pasado la existencia acechando el modo en que se corta las uñas la población femenina, pero usted ya me entiende. Cierto que estamos obviando el uso de las tijeras para estos menesteres, pero ahí ya entran las manías personales: personalmente considero que uno no debería usar tijeras para recortarse las uñas igual que no se usa una grapadora para coser un vestido. No sé si la comparación le dice algo, me conformaré con que se lo insinúe. Con lo expuesto, queda cerrado el capítulo de las tijeras y las uñas. Absolutamente descartado. 

Pasemos a asuntos de más enjundia, como el de la longitud de las uñas. ¿Hasta dónde debemos cortarlas? Aquí nos topamos con diversas líneas de pensamiento y variopintas escuelas. Todas ellas se alinean básicamente en dos grandes bloques. Están los partidarios de un corte radical, que deje cuanto más dedo al descubierto mejor. Gente que luego no tiener reparo alguno en pedir a otros que le ayuden a abrir un sobre, a levantar la pestaña de plástico que envuelve algo, etc. Y luego los que consideran más elegante la presencia de un trozo de uña en cada dedo, por lo que pudiese pasar: necesidad de propinar arañazos, tamborilear en superficies rígidas, etc. 

No es este el momento ni el lugar para calificar a quienes se dejan una uña más larga que las demás, generalmente la de un meñique, hasta alcanzar unas dimensiones extravangantes con el único fin de pasar por extravagantes. No lo haremos, pero si tuviésemos que hacerlo, los tildaríamos de raros, groseros y extemporáneos. Y extravagantes, que ya lo habíamos dicho. Porque los cánones (los cánones son las páginas que salen en google) aconsejan dejar al menos unos tres milímetros para proteger los dedos (no dieciocho). También aconsejan cortarse las uñas después del baño, aprovechando que están un poco más blandas. Bien jugado, google. Es increíble la de información que se puede encontrar en internet sobre cualquier trapallada. La gente tiene demasiado tiempo libre. 

En fin, solo me queda esperar que el presente texto haya aportado un poco más de luz a su existencia, querido lector, y hacerle notar, ya en plan autobombo y tal, que en el mismo no han sido empleadas palabras como: exfoliante, esmalte, cutícula, padastro o lima. Algún mérito tiene que haber en ello, aunque es complicado concretarlo.

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