Opinión

Pontevedra campeón

EL PONTEVEDRA es un equipo que sale al campo agitado, al menos si su entrenador se ha pasado antes por la caseta. Los jugadores brincan al pisar la hierba, esprintan hacia el infinito, saltan como si llevasen muelles en lugar de tacos. Algunos se lesionan antes de que ruede el balón y nadie sabe qué hacer exactamente: ¿la sustitución cuenta?, ¿hay que sacar el cartelón con los números?...

Empieza el partido en Pasarón con un tercio de entrada, lo que equivale a un lleno. Llenar Pasarón es difícil, hace falta conseguir tres cuartos en taquilla y lo demás con ilusión: la ilusión de un play-off por ejemplo. Entonces la gente va al campo como va al Lidl, porque le han dicho que hay esto y aquello. Como en Lidl, se acaban fijando un poco en todo (el césped bien cortado, la afición rival, la mascota en forma de pene...) no exactamente en el partido, que transcurre entre arreones de testosterona, taquicardias, golpes, cánticos y el sublime deleite de los goles.

El fútbol en Segunda B es una cosa rara. Te puede ganar cualquiera, puedes derrotar a casi todos. Cuando empezó la liga los granates sufrieron mal de altura y perdían los partidos al verlos anunciados en la prensa. Los rivales venían a Pasarón a hacer acopio de puntos para el duro invierno y los nuestros ocuparon el último lugar de la tabla. No teníamos tampoco ni pizca de suerte, es decir, ni pizca de buena suerte, como hubiese puntualizado Luis Aragonés.


El fútbol en Segunda B es una cosa rara. Te puede ganar cualquiera, puedes derrotar a casi todos


Pero pasaron las jornadas y, conforme se acercaba la estación del frío, demostramos estar en una condición física envidiable. De ahí a imponernos en el marcador sólo había un paso, y así fue.

Asfixiamos a los rivales con la presión ejercida desde el campo y desde la banda. El Cholo Luisito no permitía un momento de desmayo. Los puntos cayeron como los rivales, de maduros. Comenzamos a escalar posiciones.

La gente seguía sin acudir a Pasarón, envuelta en una niebla de escepticismo que remontaba el Lérez hasta la ciudad. Pero por todos los bares y cafeterías se corría la voz de que el Pontevedriña estaba haciendo un temporadón.

Situado entre los cuatro primeros, la cresta de gallo de Pedro García empezó a cobrar sentido. Kevin Presa hacía rodar la baba entre los encargados de la Tesorería, soñando con una reedición del histórico traspaso de Fran Rico. Mouriño parecía Makelele desteñido y el delantero Borjas Martín surgía entre las piernas de las defensas para hacer cosas de delantero: carguen, apunten, fuego. Los chicos de atrás despachaban su trabajo como en una oficina y Luisito comenzó a salir a las ruedas de prensa solo para elogiar "a los chavales" con dicción de monje budista.

Ahora merodeamos entre la quinta y la sexta posición, lo cual es una hazaña, con un presupuesto modesto y la cabeza muy alta



Pero enseguida nos miraron un par de tuertos. Lesiones de Alex Fernández y Mouriño, entre otros. Carnero desaparecido en combate II. Se perdió el fuelle y el rumbo. Agarrados al pundonor y a Luisito, lo cual es redundante, el equipo se mantuvo alimentándose de empates y logrando una victoria cuando varias derrotas seguidas amenazaban con desestabilizar... a Luisito. Quien se plantó ante la prensa con aires orientales, pero en vez del budismo, aquello fue un remake de Karate Kid. Los golpes que se dio en el pecho mientras acusaba a la prensa de exigir el play off, de presionar "a los chavales" y de haber plantado a Ence en Pontevedra siguen resonando en las crónicas.

Ahora merodeamos entre la quinta y la sexta posición, lo cual es una hazaña, con un presupuesto modesto y la cabeza muy alta. Pase lo que pase, nos habremos salvado. Y pase lo que pase: don José Luis, ¡que nos quiten lo bailado!

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