Opinión

Por los pelos

U na de las desgracias que trajo consigo la cuarentena, y trajo unas cuantas, fue el cierre de peluquerías y barberías. Es ese tipo de desgracia, además, que crece con el paso de los días. Al principio es solo una desgracia embrionaria, luego se torna preocupante, después se vuelve odiosa y finalmente resulta insoportable. Nunca los calvos estuvieron tan contentos, nunca disfrutaron con tanto gozo de su desgracia capilar. Les voy a narrar un ejemplo de ese camino a los infiernos. El mío, claro, que es el que me viene más al pelo. Resulta que dispongo de una generosa mata en lo alto de la cabeza, que suele crecer desproporcionadamente justo en esa dirección: hacia arriba, amontonándose. De hecho, no acudo al peluquero porque tenga el pelo largo, sino alto. Cuando el cepillo se comienza a enredar en las primeras estribaciones montañosas, sé que es el momento de la poda. Soy asiduo a un establecimiento en donde conocen perfectamente la idiosincrasia de mi tupé y de este modo reparten los tijeretazos de manera que atacan al centro del problema, sin cebarse demasiado en sus aledaños. Soy feliz acudiendo cada mes a que me arreglen el desaguisado y me pongan al día con las novedades futbolísticas que hayan escapado a mi radar.

Por suerte, pocos días antes del toque de queda (de quedarse en casa) había acudido al peluquero, lo cual me permitió cierto alivio durante un mes, hasta que los estragos del libre albedrío con el que se manejan los folículos capilares hicieron de mi cabellera un entorno ingobernable. Además, me veía obligado por motivos laborales, a comparecer en video chat de tanto en tanto, con lo cual el horror no quedaba restringido al ámbito familiar, sino que obtenía una exposición mediática no deseada. Esto seguro que esto habrá conducido a escenas hilarantes por todo el país: gente diciéndole a otra gente que se había subido el perro a la silla y cosas así.

Consideré la posibilidad de hacerme con una herramienta eléctrica que pusiese fin de raíz a aquel problema. Sería la primera vez en mi poco vertiginosa existencia, lo cual añadía cierto interés a tan drástica opción. Sin embargo, las severas dudas de que mi superficie craneal estuviese dotada de la regularidad necesaria para que el resultado no fuese más antiestético que lo presente, me hiceron desistir. Me dediqué a sabotear la cámara del portátil en las consiguientes comparecencias y me di por satisfecho. Las escasas ocasiones en que salía a la calle lo hacía tapado con mascarilla y con gafas de sol, aunque estuviese nublado, de modo que fuese imposible identificar al sujeto que iba debajo de aquella montaña de pelo.

Aguardaba anhelante el momento en que el alarmante estado de mis cabellos por culpa del estado de alarma se pudiese entregar en manos de unos profesionales. Cuando el presidente del gobierno comenzó a hablar de fases de desescalada fue como si lo hiciese de tijeras, navajas, toallas, espejos… me faltaron dedos para marcar el teléfono del peluquero y pedir cita.

En el tiempo en que estuve sentado en el sillón del barbero, tres diferentes tipos de greñas se asomaron a la puerta entreabierta del establecimiento preguntando si podían pedir cita. Había un atisbo de desesperación en las voces y, en los ojos, un pequeño brillo de envidia. Aunque pudieron ser imaginaciones de cliente satisfecho, relajado y a escasos momentos de ver cumplido un sueño.

Volví a casa como si me hubiesen quitado un peso de encima, que es lo que había ocurrido literalmente. Me sentí tentado a dar un paseo por la ciudad, presumiendo de cabellera arreglada y tal, pero se me apareció el rostro melancólico de Fernando Simón y su voz tomada comenzó a reconvenirme, por lo que enfilé el camino a casa. A fin de cuentas, el momentáneo éxito en esta lucha contra el coronavirus, al márgen del esfuerzo sanitario, tiene que ver con la capacidad individual de negarse a uno mismo.

Nunca había sido tan feliz por haberme cortado el pelo (y nunca tan desgraciado por no poder hacerlo cuando quería). Es otro de los pequeños gestos que aprenderemos a valorar tras esta pandemia, que si va a servir para algo, tiene que ser para no dar tantas cosas por supuestas. Como creer que somos los reyes del mambo porque tenemos una peluquería a mano cuando la necesitamos.

Comentarios