Opinión

Saludos frigoríficos

AYER SALÍ DE casa, me crucé con alguien a quien conocía y me saludó fríamente. Me sentó como un tiro. No paré de darle vueltas a la cabeza: qué había hecho, qué había dejado de hacer. Es mucho mejor que no te saluden a que te saluden de esa forma. Puedes achacarlo a un olvido, un momento de ensimismamiento, una ofuscación repentina. Yo también me despisto y cuando me doy cuenta ya ha pasado la ocasión. No saludar a alguien se arregla saludándolo en la siguiente oportunidad, como si no hubiese pasado nada. El tema está en cómo se sale de un saludo desangelado, desapegado. Un saludo que no sabes realmente lo que esconde, un saludo inquietante y terrible, que te pone la cabeza a cien por hora. Desearías volver sobre tus pasos, coger al interfecto o la interfecta por la pechera y preguntarle "¿te he hecho yo algo?, contesta, contesta". Estas cosas lo mejor es aclararlas cuanto antes. Luego pasa como con la heridita que se te infecta, lo dejas ir, acaba cogiendo pus, lo dejas ir, se te forma un abceso asqueroso, lo dejas ir y cuando vas a urgencias tienen que amputarte el miembro. O sea, la mano, o el pie o el miembro que sea, pero no ese. Por eso estas cosas no hay que dejarlas ir. Y si no tenemos valor para encararnos con el emisor del saludo frigorífico, démonos una vuelta a la manzana para volvernos a topar con él o ella.

Una nueva oportunidad. Lo que los anglosajones llaman "second chance". Es lo mismo que aquí pero suena más profesional. Y al cruzártelo, te lo quedas mirando, sin más, en plan: "Te toca. Saluda, perro". (Estás un poco mosca). (Si es chica, tienes que pensar: "saluda, tú", que lo del femenino de perro... suena fuerte).

Si no te saluda, si se queda mirando también con una pizca de asombro es que lo/a has pillado/a. Puedes incluso decir: "ajá" antes de marcharte. Ya tienes claro que esa persona te odia. Antes te saludó fríamente porque si pudiese te congelaría en vida, te convertiría en hielo. Y ahora que tus peores sospechas se han confirmado, comienza el calvario, pero por lo menos va a ser un calvario con fundamentos.

Lo primero es intentar averiguar de dónde procede tamaña desafección. Es una tarea abocada al fracaso, pero no vas a ser capaz de eludirla. Quieres saber qué ha pasado, qué has hecho o qué has dejado de hacer. Empiezas a repasar las últimas interacciones con el interfecto/a. Las de los últimos tres años, por ejemplo. Las repasas una a una, aunque tengas que pedir una baja en el trabajo. No es el primero al que echan del curro por culpa de un saludo gélido. Desmenuzas tus encuentros y desencuentros con todo detalle, delante de una tapa de pulpo y un botellín de cerveza. Engulles mecánicamente la pitanza mientras en tu mente se activa un regresión a lo pretérito, remojada con tragos calculadamente cortos, que engrasan el mecanismo de la memoria hasta que terminas, pagas y te das cuenta de que no has rememorado nada sustancial. Vale, pero el pulpo estaba de miedo, piensas mientras la congoja vuelve a hacerse un hueco en tu panorama vital.

La gente que va por ahí saludando fríamente debería pensárselo dos veces. Esa suerte de terrorismo emocional está destruyendo nuestra sociedad, carcomiento el tejido humano que la sostiene, dinamitando los procesos de empatía, de solidaridad y de confianza mutua. Insistimos en que resulta mucho más digerible hurtar el saludo que sembrar el desconcierto, el desdén frío, en las almas ajenas.

Comentarios