Opinión

Va de villancicos

En fin, que raro es el villancico que no se ve inmerso en el surrealismo. Y si no, recuerde "Hacia Belén va una burra"

"AY DEL CHIQUIRRITÍN chiquirriquitín / metidito entre pajas / Ay del chiquirritín chiquirriquitín / queridin, queridito del alma." Todos hemos cantado esto alguna vez, en estas fechas. No me lo nieguen. Otra cosa es que lo hayamos cantado bien. Hay gente que incluye en el CV que son capaces de pronunciar " chiquirritín chiquirriquitín". Otros daríamos un potosí por escuchar a Rajoy cantando esta estrofa.

Sí, vamos a hablar de los villancicos, que nacieron a finales del siglo XV, canciones profanas de origen popular para ser interpretadas a varias voces. Se construían con estrofas de dos o tres versos sin un número fijo de sílabas. El esquema de rima más común era abb. Posteriormente la temática religiosa se impuso, en particular la que hacía referencia a la navidad. Hoy en día están definitivamente vinculados a esta celebración y a sus costumbres. Los villancicos, como le pasa a las canciones de Raphael, solo pueden ser interpretados en plenitud si uno está un poco achispado, como mínimo. De hecho si en una sobremesa alguien se arranca con un "El camino que lleva a Belén..." sabemos que nos esperan momentos gloriosos.

También se habla de villancico para referirse a un tipo de estrofa que no es más que la evolución natural de la lírica tradicional existente hasta el Renacimiento. Formas similares recibían hasta el XV el nombre de canciones o cantigas.

Tenemos luego el villancico "Zumba zúmbale al pandero". Toda la infancia y algo más hemos cantando esta pieza de la que nos entusiasmaba su sonoridad, sin tener ni la más remota idea de qué eran dos cosas que se nombraban en él: el rabel y el azmirel. Se supone que eran instrumentos musicales, o eso se deducía de la letra, pero lo más seguro (sospechábamos) es que no existían. Nadie los había visto jamás, por lo menos. Hoy en día la tecnología se ha cargado toda la magia y el misterio de la infancia y cualquier mequetrefe puede ver en google un rabel (una especie de violín) y admirar un azmirel (una suerte de mortero).

Uno de los villancicos más populares, interpretados por cantantes de prestigio como Justin Bieber o Parchís, es El tamborilero, que en realidad debería haberse llamado "Rompompompom...". El tema de la canción hunde sus raíces en un cuento con el que Anatole France recrea una leyenda del siglo XII, aunque es una pianista de Missouri (EE UU) quien transcribe la versión actual supuestamente de un original checo. Tanto dato no sirve para nada pero muestra como las cosas no son tan simples como parecen.

Los villancicos ayudan a ambientar la navidad y están por hacer los estudios que investiguen su influencia en el consumo durante estas fechas, como ocurre con las luces. Las luces de navidad tienen poderes sobrenaturales y si no que se lo pregunten a los vigueses.

El letrista (o la letrista) de Los peces en el río, ya saben, "pero mira como beben..." no hizo más que reflejar sus incursiones etílicas poco antes de ponerse a escribirla. Dice que la virgen se está peinando entre cortina y cortina. En un pesebre. No tenían un chavo pero el peine era de plata fina.

"Y vuelven a beber". Está claro que un villancico que te permite gritar lo de "beben y beben y vuelven a beber" en el estribillo va a triunfar sí o sí.

En fin, que raro es el villancico que no se ve inmerso en el surrealismo. Y si no, recuerden Hacia Belén va una burra, en el que el narrador manifiesta gran compulsión por echarse y quitarse remiendos. Por no hablar de otro palabro, "anafre", que desfila en la letra. Claro que ustedes ya sabían que se refiere a un hornillo antiguo. Claro, claro.

Luego está Noche de Paz, del cual me niego a hablar. De origen austríaco, se interpretó en la Nochebuena de 1818. Esa fue la primera vez de miles de millones. Sin embargo su autor, un humilde sacerdote, no sacó ni para pagarse el entierro. Poco sospechaba que sería traducido a más de trescientos idiomas en los cinco continentes y grabado por otros tanto intérpretes. Es uno de esos villancicos que te encuentras hasta en la sopa y del que acabas tan harto que no quieres ni nombrarlo. Otro día hablamos de los restantes.

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