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Anti madres

TIENDO A ser muy autocrítica cuando me refiero a mi papel como madre. De hecho, a todos aquellos que empiezan a conocerme, les transmito mi estatus adquirido con tesón tras doce años de arduo trabajo para consolidarme como una auténtica anti mamá. Y no es cosa fácil reconocer este atributo, ya que hoy en día, con tanta perfección alrededor de nuestras vidas, resulta cuanto menos desmoralizador saber que representas la máxima expresión de lo que ningún niño quiere tener. Y en estos tiempos en los que repudiamos cuanto villano hay, parece que todo el mundo quiere creer que ni Magneto, ni el Duende Verde, ni el Doctor Muerte, ni Gargamel, el Joker, el maquiavélico Heisenberg o el mismísimo Negan (el malo malísimo de The Walking Dead) tenían madre. Y con esta afirmación no intento justificar mi falta de empeño, abnegación o dedicación para con mis vástagos. Al revés, lamentablemente esta faceta la he asumido con singular beneplácito, pues el hecho de tener que asumir ciertos roles hasta la maternidad completamente desapercibidos por mí, se convierten en una condena cuando se trata de hacer siempre lo que de alguna manera se impone socialmente. Y esto me llena de orgullo, pues compruebo que mis hijos, a pesar de mis carencias, logran sobreponerse y nunca juzgan este pequeño matiz de mi personalidad. O por lo menos, no me lo reprochan directamente.

 

"Mamá, no te lo tomes como algo personal, pero mañana es mi cumpleaños y vendrán todos mis amigos de clase a jugar a la Plaza de la Castaña y les invitaré con mis ahorros a unas chucherías. Cumplo once años y me gustaría celebrarlo"

 

En una ocasión, con apenas cinco años llevé a mi hijo mayor disfrazado de chino en unos carnavales tras leer (con poca atención, he de reconocerlo) la carta enviada por el centro para tal evento. Para mí ya fue todo un reto el hacerme con el más maravilloso y resplandeciente de los disfraces en un Todo a Cien para que pareciese un verdadero oriental. Así como tener que avisar a mi hermana para que hiciese los honores de pintarle la raya del ojo que representa esta estirpe ancestral y a pesar de las intempestivas horas para llegar puntuales al colegio. Se trataba de la fiesta de Ravachol que organizaba su escuela en el año chino, pero por lo visto este último dato pasó desapercibido por el resto de padres, constatando una vez más lo difícil que es ejercer como una genuina anti madre, en estos tiempos de tanta excelencia. La cara de circunstancias de mi hijo en la fotografía que nos enviaron de recuerdo (hay que tener mala leche) es sin duda un claro ejemplo de lo que debió haber vivido esas horas previas antes de inmortalizar ese drama, pues el sombrero y atuendo de viudita que le encasquetaron a Tito durante ese fatídico festival de carnavales (por lo visto su profesora, con buen criterio, le cedió su propio disfraz) dejaron claro que tendría que sobrevivir los próximos cien años con esta coyuntura. Pues hay madres y madres, pero la suya iba a ser de por vida todo lo contrario a lo que se esperaría cualquiera.

Ayer mi otro hijo me espetó, ante la pasividad innata que nos caracteriza a las anti madres: "Mamá, no te lo tomes como algo personal, pero mañana es mi cumpleaños y vendrán todos mis amigos de clase a jugar a la Plaza de la Castaña y les invitaré con mis ahorros a unas chucherías. Cumplo once años y me gustaría celebrarlo".

Y yo, que nunca me pico, no hice más que sentirme satisfecha ante lo que supe era un gran ejemplo de dominio ante la adversidad y superación de las barreras, que buena falta le hará para el futuro y que tantos anti esfuerzos me está costando.

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