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Concienciavirus

Que este virus está poniendo a prueba nuestros propios límites, a estas alturas lo tenemos claro. Y que éstos están muy por debajo de lo que nos creíamos, también. 

Y es que en el día ocho de confinamiento y a apenas unas horas de chulear en mi entorno de llevar una férrea disciplina frente al encierro, hoy ésta se ha ido al garete. Bueno, como todo nuestro sistema. Pues ni mis hijos ni yo nos hemos levantado pronto, ni hemos hecho los deberes, ni un triste ejercicio de mantenimiento, ni ná de ná. Por no decir que acabamos de comer a las cinco y media de la tarde y apenas me ha dado tiempo a bailarme una de Coldplay. Eso sí, ruego a todo el universo para que me de fuerzas y disciplina para salir a aplaudir a todos los sanitarios a la misma hora de siempre, pues ellos bien se lo merecen. Y así seguir cumpliendo con nuestra conciencia (dícese del conocimiento que el ser humano posee sobre sí mismo, sobre su existencia y su relación con el mundo) y con el confinamiento sin rechistar, pues resulta ser la única manera de poder ayudar en algo los que no podemos salir a trabajar. 

Y es que tras este trance, nuestra sociedad nunca volverá a ser la misma. Y aunque algunos todavía no sean conscientes, esta pandemia renovará sin lugar a dudas nuestra propia percepción del mundo, de las pequeñas cosas y de lo verdaderamente importante. Como la importancia de la propia palabra, igual de poderosa que hace apenas una semana, pero con tanto significado como para salvar nuestro mundo, nuestras vidas o una sola vida. Un "Quédate en casa" se convierte en la única manera real de contrarrestar los efectos de este dichoso virus. Un "Mamá, cómo estáis?" nos une cada día con los nuestros haciendo más llevadera la distancia forzada. Un "¿necesitas guantes?" se convierte quizás en la única manera de poder salir a comprar tu medicamento. Un "cuídate, que se te quiere", de toda la vida ha desarmado hasta al mayor de los impávidos, o un "María, no te veo bien, ponte a limpiar..." supone ese sutil aviso de que tu cerebro está empezando a rozar el límite del encierro. 

Y de la palabra pasamos a la comunicación. Pues ponernos al día con llamadas varias, toda la actualidad de Twitter, Facebook, Instagram o de los innumerables chats a los que nos hemos enganchado de por vida, nos hacen cada día más ameno. 

Mis hijos de 13 y 14 años llevan esta reclusión mucho mejor que yo, que ya es decir, pues en el fondo de mi corazón estoy encantada. Al mayor y después de tantos días de encierro mental y físico le pregunté mientras desayunábamos por cómo están llevando él y sus amigos esta situación "Mamá -me respondió con inmensa sinceridad- a mí me ha tocado la lotería" y suelta una de esas sonrisas que hace que se desvanezca toda tu preocupación por ellos. Pues aunque nos fastidie a una inmensa mayoría, estar sin clases para ellos es lo máximo. 

Ponernos al día con llamadas varias, toda la actualidad de Twitter, Facebook, Instagram o de los innumerables chats a los que nos hemos enganchado de por vida, nos hacen cada día más ameno

Y con esto no quiero decir que no se den cuenta de la gravedad de la situación. La sufren tanto como nosotros. No son ajenos a ella pues disponen de la misma información prácticamente que los adultos. Pero sin lugar a dudas y por fortuna la gestionan de una manera diferente, más natural, más moldeable y más adaptable. 

Les observo cada cierto rato para comprobar que no se agobien de más. Son transparentes y fáciles de detectar. Si uno coge una pelota de baloncesto, viviendo en un piso, no tardo ni un minuto en convencerle para darse un baño relajante o darles un masaje en pies, cabeza y manos, pues resulta de gran ayuda al cautiverio. Ni os imagináis el gusto que les da semejante acto nimio, pues a veces parece que el apartado de pequeños placeres terrenales les están prohibidos a los menores.

Mi otro hijo al que ni la dichosa Play (o bendita en este caso) ni los juegos del ordenador sacian su necesidad de calle, de amigos o de socializar, se pasa el día inventando maneras de practicar deporte sin destrozarme la casa. Y ya tiene su mérito, pues ayer consiguió jugar al baloncesto y hacer skate sobre el colchón de invitados durante un par de horas. 

Y ahí es en donde se evidencian nuestros límites para la imaginación, el ingenio, la paciencia, la superación ante lo desconocido, la autoestima (ésta sí por los suelos, y es que a lo de tener bigote ya me había acostumbrado desde el día cuatro...pero barba y barriga? eso es totalmente nuevo para mí). El hastío, la disciplina, la desgana, la razón, la ilusión, las creencias...todas las formas posibles con las que nos encontraremos durante estos días y de las que no podremos escapar fácilmente, pues convivimos con ellas en nuestra cabeza, se manifestarán tarde o temprano durante este sacrificado encierro. Pero un encierro que salva vidas y eso es irrefutable. 

No hay nada más poderoso que la interacción. Un gesto sin importancia se convierte ahora sí en un gesto vital de supervivencia. Y es que la comunicación nos une, suma y aporta. Así que en estos momentos de aislamiento físico y mental es cuando más necesitamos esa conexión. Aunque tendremos que agudizar el ingenio para que estas oportunidades de "contacto" no supongan un peligro para los demás. Por lo que cada vez que salimos a las ventanas, balcones o terrazas a aplaudir, hacer gimnasia o tocar un instrumento... conseguimos unirnos sin poner en peligro a nuestra comunidad o nuestros vecinos, pero haciendo que esta reclusión obligada sea un poquito más llevadera. 

Las desgracias nos unen y los gestos, los detalles o una simple llamada cuando más lo necesitas, también. Como la que me acaba de hacer la pareja de mi ex marido. La más hermosa de todas las llamadas. Y es que nunca hasta ahora habíamos hablado por una u otra razón. Y esa iniciativa hace mi mundo mucho mejor y hasta hace que la palabra familia cobre más significado que nunca. Pues todo lo que sea sumar se convierte, una vez más, en la mejor de las expectativas. 

Un amanece que no es poco, una frase ingeniosa de Alexander Vórtice en Twitter, cada vídeo que comparten desde sus casas ocurrentes desconocidos, una sesión de música desde su balcón del siempre sorprendente Tony Lomba...amenizan cualquier hecatombe. Y sí, hoy nos confirman que deberemos permanecer quince días más en esta situación. Y claro que lo haremos. Por todos, por los nuestros, pero sobre todo, por los más vulnerables.

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