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El Americano

SOMOS MUCHOS los pontevedreses que esperamos impacientes la llegada del sábado para poder acudir a la cita semanal en el emblemático bar Americano. Situado en la Plaza de San José lleva más de cuarenta años funcionando sin interrupción.

Recuerdo a Jóse desde mi infancia, pues era frecuente que mis cuatro hermanos y yo acompañásemos a mi madre a ver al director de la sucursal bancaria que estaba justo al lado, un señor serio y delgado que resultaba ser mi padre. Pero sólo era serio en el banco ya que cuando cruzábamos las puertas del Americano mi padre se relajaba y pedía su albariño con tal alegría que sabíamos que se encontraba como en casa. Con los años comprendí que tampoco estaba tan delgado, pero es que a uno siempre le parece su papá el tío más guapo y delgado del mundo.

Es curioso lo distorsionada que vemos de pequeños la realidad, ya que tampoco Jóse era el gruñón que atendía ese pequeño bar que fue (lo recuerdo como si fuera hoy) la primera impresión que tuve al entrar en él por primera vez. Debía de tener unos cinco o seis años y supongo que necesité acostumbrarme durante unos minutos al amargo olor a vino.

Jóse, desde entonces, te regala una amplia sonrisa al acercarte a la pequeña barra que le separa de sus clientes a los que siempre trata con delicadeza y cariño. Mientras María, escondida en la cocina, prepara unas empanadillas y una tortilla que son probablemente la principal razón por la que pidas cada consumición. Regalar un pincho con cada caña es la mejor manera de asegurarte una clientela a la que le gusta tanto saciar su sed como apaciguar el hambre canina que arrastra desde el desayuno.

Allí siguen acudiendo muchos señores con sus mujeres que recuerdo desde niña y con los que te sientes a gusto con sólo intercambiar un saludo. Cada personaje singular de nuestra ciudad se acerca hasta allí para tomar una o que le pongan otra. ¿Una u otra de qué? Jóse siempre lo sabe.

Pandillas enteras celebran allí un encuentro semanal en el que sólo caben risas y anécdotas que hacen que la semana merezca aún más la pena y acuden fielmente a esta cita en el Americano para reinventarse a ellos mismos o a sus añoradas infancias que recuerdan con embriagador entusiasmo.

Larga vida a este lugar de reencuentros familiares y amistades verdaderas en el que te adentras, nada más pisarlo, en tu más tierna infancia con auténtico realismo mágico. Que de eso, en Pontevedra, también tenemos.

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