LLEVO AÑOS escuchando las canciones de Nina Simone. Es sin duda, la voz más desgarradora y sensual que he oído nunca. Cantante, compositora y pianista. De carácter temperamental, fue la primera mujer de raza negra que tocó música clásica en el Carnegie Hall. Tocaba el piano desde los cuatro años y tenía treinta cuando cumplió su sueño.
Pongo una y otra vez el concierto que dio en el año 1976 en el Festival de Jazz de Montreux (Suiza). Durante la actuación de la canción «Sinnerman» muestra cómo sus dedos en continuo movimiento ganan el pulso a un piano que parece querer escapar. Con el único acompañamiento de unos bongos, ella canta, grita, baila, ríe y vuelve a bailar y a gritar, hasta que por fin regresa al mundo de los vivos para tocar de nuevo el piano.
Algunos ven espectáculo. Yo veo sufrimiento. No toca para justificarse ni para recibir ningún tipo de reconocimiento. Se muestra tal como es. Tal como siente la vida. Tal y como le duele la vida. Asfixiada por su bipolaridad, diagnosticada años después, Nina murió como vivió, sufriendo.
A través del documental What happened, Miss Simone? muestran a la estrella del jazz y del soul, Nina Simone, como una mujer comprometida con los derechos civiles pero sobre todo con sus orígenes humildes afroamericanos.
Le tocó vivir una realidad llena de intolerancia, en la que incluso tuvo que ver cómo en uno de sus conciertos desalojaban a sus propios padres de la primera fila para trasladarlos al final del teatro. Todo ello para instalar (pongo la mano en el fuego) a los concejales de turno.
Eunice, su verdadero nombre, es un icono de libertad y de artista comprometida. Cómo no iba a recordarla en mi rincón.
