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Pedazos de Etiopía

LEO ES ETÍOPE, ahora tiene 6 años y baila como un ángel reencarnado en el mismísimo Michael Jackson. El ritmo lo lleva en la sangre. Leo fue adoptado cuando apenas tenía un mes de vida por una familia de Pontevedra y es la razón por la que yo conocí África. Acompañé a su mamá a Etiopía en uno de los viajes que cada año hace a ese país en agradecimiento al hijo que hoy tiene.

Ella siempre fue su mamá. Siempre lo quiso. Ya antes de nacer e incluso mucho antes de existir. Y su Alma así se lo ha mostrado.

Corría el mes de noviembre del año 2013 cuando cuatro mujeres emprendimos el largo viaje que hay hasta Adís Abeba, formando parte de la Ong Abay creada en 2009 para el desarrollo de Etiopía, con el objetivo de luchar contra la pobreza e intentar dignificar las condiciones de vida de los vecinos de Walmara, un pequeño pueblo a 60 kilómetros de su capital en el que la organización abrió un pozo de agua potable situado al lado de la escuela y del único centro de salud para que sus habitantes no tuviesen que recorrer los 10 kilómetros que había de separación entre sus casas y el río.

Cada día hombres, mujeres y niños de Walmara se acercaban a él con curiosa expectación ante lo que parecía ser un milagro.

Para poder visitar Etiopía tienes que ponerte siete vacunas. No fue un inconveniente aunque sí te da una primera visión de la problemática que hay en uno de los países más pobres del planeta.

El calor invadió mis fosas nasales nada más salir del avión en Addis, alcanzando una temperatura de más de 30 grados. La ciudad tiene una luz diferente. No hay filtros. No hay apenas contaminación y a pesar de la idea prefijada que tenía comprobé que es una ciudad limpia y segura. Pero pobre. Desgarradoramente pobre. Enseguida te adentras en un mundo tan distinto a lo que estamos acostumbrados que a duras penas reconoces gente desnuda durmiendo en la calle o acurrucados a un lado de las carreteras. Completa y humillantemente desnudos. Se trata de una ciudad con un problema de mendicidad que el gobierno lleva años intentado solucionar. Los ves lavándose en las charcas que encuentran y parecen salir de un capítulo de Walking Dead.

Comprobamos cómo en el centro de la ciudad hay monumentos que los turistas no podemos dejar de visitar, como el Museo Nacional de Etiopía, en el que pudimos ver los restos del esqueleto fosilizado de Lucy, el primer homínido encontrado por el hombre, que data de 3,2 millones de años de antigüedad (así de antigua es Lucy). También impresiona la Catedral de la Santísima Trinidad o la gran Mezquita Anwar así como recorrer el Mercato, el más grande al aire libre de África.

En los barrios más alejados del centro descubrimos las miles de chabolas que malamente cobijan a los que apenas tienen ni para comer ni para vestirse. Eso sí, poseen una dignidad por encima de cualquier circunstancia, de cualquier necesidad, que los convierte en las personas más limpias del mundo.

Son hombres y mujeres bellos por naturaleza. De blancos ojos, gruesos labios y dulces miradas que muestran sus cuellos esbeltos con una rectitud digna del mejor de los modelos, pues parecían posar en todo momento.

Nos empachamos con la gastronomía etíope: carne picante que sirven sobre una masa de harina de tef fermentada que representa su deliciosa injera, plato típico etíope que devorábamos siempre que podíamos con verdadera lujuria. Se come con las manos y lo cierto es que se saborean los alimentos de otra manera.

El trayecto hasta Walmara resultó ser una deliciosa aventura en la que pudimos descubrir a través de su ruta la exultante y enigmática belleza del continente africano.

Lo más peligroso del viaje resultó ser una pulga que me dejó picaduras desde el tobillo hasta la nalga derecha, que hicieron que tuviese que pedir cita a las pocas horas de mi llegada a Pontevedra con Chano Esperon, mi médico de cabecera, para conseguir un justificante confirmando que aquello no era contagioso y que tuve que presentar a mi escrupuloso marido.

Leo, ajeno a este suceso y eso es lo verdaderamente importante, disfruta desde entonces de una vida como pontevedrés y ciudadano español que no es ni mejor ni peor, sólo diferente y vive feliz a pesar de su gobierno en funciones y de tener que presenciar unas nuevas elecciones.

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