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Sobradamente preparadas

CON APENAS 26 años me detectaron un tumor en un pecho que resultó benigno. Como en la película de Isabel Coixet “Mi vida sin mí” hace tiempo que hago listas de cosas sencillas y otras no tanto, pero que me propongo realizar antes de morir e intentar cumplir los sueños de mis hijos resulta ser de las más sencillas. Voy a revisiones desde entonces y en todas hago la misma pregunta: ¿Un tumor benigno puede convertirse en malo? El médico o la médico de turno, tras las pruebas pertinentes, siempre responden igual: “Sigue siendo benigno, eso es lo importante”.

Me comprometí a vivir cada día como un regalo. Un regalo que otras muchas no han podido disfrutar. Y les aseguro que procuraré cumplir mi promesa, sea cual sea mi saldo.

Y ocho euros con treinta y dos céntimos es el saldo que reflejaba el pequeño trozo de papel de mi cuenta bancaria pocas horas antes de cumplir el ansiado sueño de mi hijo pequeño de comer en el reconocido Restaurante Casa Solla.

Como en esas películas en las que el actor o la actriz de turno repasan a cámara lenta sus vidas antes de que impacte la bala en sus cuerpos, intento hacer yo la misma reflexión para entender el porqué de esa alarmante cuantía y detectar cuál pudo ser el momento de mi existencia en el que a pesar de las clamorosas advertencias que llegaban a mi cerebro y ante la incesante disminución de mi patrimonio, reconocí como remota e improbable esa inminente posibilidad de quedarme sin blanca, sin guita, sin plata, o vamos, sin un triste duro (bueno, con ocho euros con treinta y dos céntimos) nada más comenzar el mes. Pasándome por el forro cualquier indicio de esta cruda realidad pues preferí imaginar dicha eventualidad como un absurdo. Y hablo de una que aparte de quedarse muy quietecita estas Navidades, tampoco ha comprado un triste regalo a nadie, por si se creen que el dispendio es mi debilidad.

En ese momento de bloqueo económico y mental, intento entender en dónde coño me gaste esos 68 céntimos que faltan para llegar a los nueve euros, cifra que sólo dios sabe porqué interpreto más humillante que la que sujeto entre mis dedos.

Me comprometí a vivir cada día como un regalo. Un regalo que otras muchas no han podido disfrutar. Y les aseguro que procuraré cumplir mi promesa, sea cual sea mi saldo


Y es algo que lleva pasándome varios meses, tampoco nos engañemos. Aunque parecer ser que esto de no llegar a fin de mes está muy de moda. Pero fiel al mundo libre y soñador en el que me he propuesto vivir, pensaba que no tardaría mucho tiempo en cagar literalmente pasta de un modo u otro, pues así me he pasado los últimos veinte años de mi vida. Y claro, una está mal acostumbrada. Que no por vaga, pues he trabajado como una mula desde que tengo uso de razón y especifico, eso fue mucho antes de terminar la carrera, sino por la ahora ridícula e insensata aspiración de que a una le paguen por hacerlo. Ya saben, la excusa de la crisis que da para mucho, pero no para sueldos.

Ese irónico pensamiento, unido a la apariencia de mujer pudiente que por lo visto tengo (pues parece que literalmente cago dinero) hacen más complicado demostrar que en realidad y por inexplicable que parezca, una no vive del aire y sospecho que ni tan siquiera llegaría a tener un saldo en mi cuenta mucho mayor del que en estos momentos constato, ejerciendo el trabajo más antiguo y demandado de la historia, pues es el único que conozco en el que no la excluyen a una por estar “sobradamente preparada”, aunque tal y como está el panorama socio-económico (brutalmente machista y escasamente remunerado) estoy yo para meterme en berenjenales.

Y no crean que una no se lo ha planteado, pues entiendo que por mi edad, experiencia y atributos, tan mal no se me daría. Pero por respeto a las afanadas mujeres que la ejercen y a mis hipotéticos clientes concluyo que para algo gratis y saludable como es el sexo (gratis, salvo contadas excepciones que algún día les revelaré) se me haría un no sé qué cobrar a esas posibles víctimas únicamente por mis circunstancias.

En un panorama en el que nunca nos contratarán por nuestra edad, ni por nuestro currículo (recuerden, estamos sobradamente preparadas y eso en una crisis que se precie resulta imperdonable) y en el que tan siquiera podemos emigrar como antaño a Argentina pues están bastante peor que nosotros, intento buscar aptitudes válidas en mí para poder ejercer esta apetecible y espero mejor remunerada ocupación en mi mundo imaginario, cuando regreso abruptamente a la realidad recordando que esta trasnochada profesión no sólo no está bien vista por esta cínica sociedad, sino que puedes considerarte muy afortunada si consigues que no te den una paliza. Parece ser que tampoco cotizas y malamente puedes incluirla en tu currículum vitae para futuros puestos. Y de eso ya quedé escaldada con la política.

Y leo en el periódico de hoy que nuestro Presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijoo pide un pacto por la demografía y más apoyo a los que deseen tener hijos, pues ve la natalidad clave para la financiación autonómica….Y yo le entiendo, pues recuerdo esa sensación de subidón que tienes ante la llegada de tu primer hijo, que no es para menos.

Pero yo lo que quiero es poder darles de comer a los míos, no tener más.

Y eso de que Alberto nos confíe de nuevo a las mujeres el cometido de salvar la financiación autonómica no crean que me hace sentir mucho mejor. Es más, me entristece pensar que es posible que dentro de unos años, quizá diez, y a pesar de este duro sacrificio que tantas compatriotas gallegas seguro harán por la demografía, Alberto se encontrará en la misma tesitura que yo; cuando haya dejado atrás su paso por la política y un sonoro divorcio con la pudiente Eva Cárdenas (pudiente ésta sí que no sólo de apariencia) y ella le haya dejado la cuenta conjunta con ocho euros con treinta y dos céntimos, tendrá que plantearse esta incómoda decisión de tener que vender su cuerpo o no. Y si estuviese entre sus amistades le diría sin vacilar que no lo haga, que hay más maneras de salir adelante y que, como buenos gallegos “nunca choveu que non escampara”. Pero eso sí, se las tendrá que arreglar sólo y de nuevo me pongo triste por él, porque al fin y al cabo, es un buen tipo.

Y regreso a la verdadera María, en la que yo confío y de la que estoy inquietantemente orgullosa dadas las circunstancias que les intento exponer, pues determina, una vez más, que ese extracto del banco no le va a impedir continuar exprimiendo su vida al máximo ni la de los que le rodean. Ni fastidiarle el regalo de cumpleaños de su hijo privándole de la que será, sin lugar a dudas “la mejor cena del mundo mundial” en ese restaurante de ensueño con una estrella Michelín que regenta el siempre cariñoso Pepe Solla. De ese modo, resuelvo ignorar ese papel maldito, centrarme en vestirme elegantemente para la ocasión y derretirnos de placer mi niño y yo ante tanta genialidad presentada en cada plato.

Con la atenta mirada del propio Pepe Solla en Yago y con la complicidad de su jefe de cocina, Suso Crespo, observo cómo le espían con ternura disfrutando de su expresiva cara de felicidad ante los múltiples nuevos sabores que experimenta un paladar que hasta la fecha se había conservado prácticamente virgen.

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