Blog | El portalón

Domingo por la tarde

Lo peor de la Navidad es la solidaridad estacional. Lo mejor del resto del año, la solidaridad perserverante del que la practica hasta sin proponérselo


"LA MAYORÍA de la gente se comporta bien en las crisis, cuando el foco está sobre ellos. Es en los domingos por la tarde de sus vidas, cuando nadie mira, que el espíritu vacila".

Aunque hay a quien cualquier problema le abruma, coincido con Alan Bennett. La mayoría dan la talla y dejan el derrumbamiento para las horas crueles del domingo vespertino. Qué mejor momento para hacerlo, con tiempo por delante para recolocarse después y salir repeinado el lunes por la mañana a seguir viviendo.

Menos mal que hay quien que se prodiga, que se da a poquitos sin concentrarse entero en el momento del foco. Supongo que la tierra gira gracias a ellos, los de las perseverantes hazañas minúsculas. Bennett lo es.

En 1971 se sentaba a escribir a diario en su mesa frente a la ventana para acabar distrayéndose con lo que ocurría en su calle. Allí estaba aparcada desde hacía meses la furgoneta que era el hogar de la señorita Shepherd, una anciana indomable que sobrevivía en parte de los servicios sociales, en parte de la escasa caridad vecinal que estaba dispuesta a admitir y en parte (la parte más ínfima) de la venta de unas octavillas que ella misma redactaba (aunque siempre negaba ese punto) enigmáticamente tituladas ‘Visiones auténticas: cosas de importancia’ o ‘San Francisco tiraba el dinero’.

Bennett observaba cómo constantemente algún coche daba marcha atrás golpeando a propósito la furgoneta o la policía le daba las luces cuando hacía su ronda para provocar la aparición de la mujer, asustada e indignada, siempre vestida con misteriosas combinaciones de ropas viejas y apaños caseros que podían incluir dobladillos de faldas hechos con bayetas o viseras de cajas de cereales. Harto de ver cómo le tocaban las narices, propuso a la señorita Shepherd que se trasladara a su cobertizo. Lo hizo y con el tiempo ésta aparcó su furgoneta en el jardín con intención provisional. Acabó quedándose 15 años.

La surrealista convivencia, que duraría hasta la muerte de la mujer, está contada en ‘La dama de la furgoneta’. Es un libro cariñoso, cómico y lamentablemente breve en el que Bennett no engaña a nadie. No oculta sus enfurecidas batallas vecinales, en las que se sabía destinado a perder, por las ideas peregrinísimas de la señorita Shepperd: la manía de esparcir polvos de talco como forma de limpieza, el lanzamiento de bolsas de basura, la superposición de alfombras viejas y mantas usadas en el techo de la furgoneta para amortiguar el sonido de la lluvia (con capas de talco entre si, como un sandwich alocado), la acumulación de medios de transporte variados, desde sillas de ruedas hasta carritos infantiles...

Pero el escritor persiste día a día. Le hace la compra cuando tiene gripe, le regala botellitas de whiskey (que pedía no para beber sino para darse friegas, decía), recoge sus bolsas de basura, le busca un centro cuando la enfermedad y la vejez la acechan y se muestra un poco más receptiva a la posibilidad de dejar su furgoneta-casa, se resigna cuando el mismo día de su marcha la ve regresar a su jardín de madrugada, bañada y con un paquete de sábanas limpias, escucha sus proyectos (consejos a Thatcher, cartas a "quien manda en Argentina"), le reparte el correo y, básicamente, hace posible que una mujer con problemas mentales viva como quiere vivir.

No se las da de buen samaritano. Ni en el libro ni en las mil entrevistas en las que ha hablado de ella (‘La dama de la furgoneta’ fue obra de teatro y es ahora una película que se estrenará en febrero en España con, ¡viva!, Maggie Smith como señorita Shepherd). Reconoce que apenas la invitó a tomarse confianzas con él, solo se limitaba a ir asumiendo las que ella se tomaba y que, de haber sabido que acabaría quedándose 15 años, no le hubiese propuesto usar su cobertizo por las noches.

Las elecciones han convertido estas navidades en una rareza. He tardado mucho en percatarme de que están aquí, y lo que me alegro. Soy del grupo de sosos y desabridos a los que la Navidad no les gusta nada y transitan por ella desganados, con prisa por dejarla atrás. De todas las cosas que me chirrían (lo sentimental, las compras arrolladoras, los papanoeles escaladores...) la que más lo hace es esa reconcentración de solidaridad que se presenta a veces como un ahora o nunca, que lo da todo unos días, apenas una semana, y cae agotada después, sin ánimo ni para continuar ni para pensar en cómo hacerlo. Frente a ella, nada mejor que los que siguen, aunque sea casi sin pensar, sin discursos épicos ni almibarados. Los que como Bennet lo hacen casi por inercia, con dudas y lamentos, arrepintiéndose a veces, pero siguiendo, sin parar. Los que se sorprenden de llegar a marzo todavía inmersos; a agosto, al diciembre siguiente. Y un día ven que han pasado 15 años.

Gracias. Y feliz Navidad.

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