Blog | El portalón

Sensación térmica

Mi indecisión empezó pequeña, pero acabó extendiendo su veneno allá donde miro


HACE UNOS AÑOS una mujer del tiempo nos explicó al acabar un telediario qué era la sensación térmica, ese fenómeno que conjuga el frío horroroso que sentimos y los 22 grados que marca el termó- metro de nuestra calle. Cada vez el mundo es más así, irreconciliable, solo inteligible gracias a nuevas expresiones que quién sabe qué recorrido acabarán teniendo.

La de sensación térmica, extenso. Saber cuál va a cuajar no es fácil porque somos caprichosos, pero esta explicaba tanto, nos venía tan bien que quién no la adoptó enseguida y la empezó a soltar en ascensores y colas del pan como ‘martinbarreiros’ encarnados.

Su éxito se explica en primer lugar porque se refiere al tiempo y hay momentos, muchos, en los que solo hablamos de eso. Nuestra conversación tiende a apasionante, se ve.

Pensamos a menudo que es un problema moderno, la desconexión del ser humano que ya no tiene nada interesante que decir cuando se encuentra con uno de los suyos, el terror a la interacción que nos empuja al lugar común, como si solo compartié- ramos con los otros un mismo cielo. Pero no, es más viejo que el fuego. En los tiempos de Austen pasiones arrebatadas se ponían a cocer hablando del clima. La madre de ‘Sentido y Sensibilidad’ le afea a su hija menor lo directa que es y le recuerda que, cuando una señorita no tiene algo adecuado que decir, educado y contenido, lo único de lo que puede hablar es del tiempo. Qué aburrimiento de vida. Todas esas parejas incipientes charlando sobre la próxima tormenta, la humedad de la tarde, la necesidad de chales cobertores de hombros, la pertinencia de no mojarse los pies. Ellos, fascinados por los ricillos temblequeantes y el sonrojo al mencionar el fresco de la mañana; ellas encantadas con el barro de las botas del caballero que se enfrentó a una tarde lluviosa para ir a pasar cinco minutos en su saloncito y partir su tarde en dos: antes, la nada y después, más nada.

Pero, en realidad, hay otro motivo que explica por qué lo de la sensación térmica se nos instaló en el catálogo de vocabulario que manejamos -al menos en el de otoño invierno, porque también en nuestro hablar cambian las temporadas y, de repente, caes en la cuenta de que llevas meses sin pronunciar melocotón- y es porque es una forma rápida de decir que las cosas no son lo que parecen, que pasa una cosa pero percibes otra, que no sabes con cuál quedarte. Y eso significa que es una expresión utilísima.

Yo vivo desde hace meses padeciendo una severa sensación térmica en la que no consigo decidir si frío o calor. Empezó pequeña, pero perceptible, como el guisante bajo los cien colchones de la princesa, y acabó extendiendo su veneno de indecisión allá donde miro. Por seguir con la comparación, a estas alturas ya duermo sobre bolsas de guisantes. Congeladas.

No sé qué pensar de Podemos. Al principio, no me preocupó demasiado. Siempre he sido lenta para hacerme una composición de lugar, razón por la que nunca me podré ganar la vida como tertuliana de televisión. La intuición me grita sus cosas, claro, y yo no es que la desprecie, es que no puedo simplemente darla por buena. Me he equivocado en mis primeras impresiones lo suficiente como para aprender a dudar de ellas.

Me lo tomé con calma, pero esa contemplación pausada no me ha servido para nada. Sigo como al principio. Peor porque esa misma sensación ha conquistado nuevos terrenos, se está creciendo. Tampoco sé qué pensar de otras mil cosas sobre las que reflexiono a menudo: si percibiremos algún día cambios en el Ayuntamiento de Lugo o la verdadera utilidad de la Diputación, a dónde va el periodismo, si existe el nuevo periodismo o es el mismo viejo nuevo periodismo de siempre, si solo internet es el futuro, si los chinos aguantarán mucho un regimen así si su economía deja de crecer tantísimo, a quién votará la gente en las elecciones generales, si cambiará algo si se produce entonces un cambio, si será de verdad un cambio, si es posible meterse en política con espíritu de servicio y no acabar maleado, si seremos capaces de dejar de echar a perder la sanidad que tenemos... La lista de las cosas que ‘a veces sí y a veces no’ es interminable.

He de explicarme. No es que no me decida por temor a equivocarme. A estas alturas casi me da igual. Quisiera quedarme con una opción y hacer crecer en ella un argumentario. Sin embargo, me crecen dos jardines simultáneos, alejados y débiles. No acabo de cuidar bien ninguno, cuando uno me reclama poda me encuentra plantando en el otro, cuando tengo que recoger en el otro estoy sembrando en el uno. ¿Se puede vivir así? Se puede. Pero cuánto más cómodo es el sillón del que ya lo tiene claro. Se viaja mejor por la vida sabiendo si has de quitarte o ponerte la chaqueta porque hace calor o frío, no 23 grados con percepción de 15. Cuando se tienen las cosas claras se piensa más rápido y, desde luego, se escriben mejores artículos de opinión.

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