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Ver un mongol

¿VAS A VIAJAR? Llévate este censor, anda.

A Paul Theroux el Gobierno chino le endosó uno cuando, en 1986 y durante su recorrido de un año por el país que daría lugar al libro ‘En el gallo de hierro’, quiso visitar Mongolia Interior. Aunque intentó deshacerse de ese pegote, a lo más que llegó fue a negociar el quién. El qué era obligatorio.

El señor Fang -un especialista en literatura rusa que llevaba de equipaje un diccionario de inglés y una muda y que no para de llamarle Señor Paul- se convierte en su sombra, exactamente como en la canción de Los Nikis. El objetivo de su presencia es, según le dice, darle «la información correcta», lo que es bien sabido que significa asegurarse de que mira al lado adecuado, de que habla con quien debe (a ser posible con nadie salvo con él), de que no oye quejas ni observa escenas de miseria perturbadora. No es una censura a posteriori, donde se elimina lo que disgusta, sino que simplemente se evita que el elemento peligroso (un escritor americano muy traducido, en este caso) se fije en lo potencialmente conflictivo. Casi todo lo es. Sobre todo, la gente.

Llegado un punto de hartazgo, en el que Señor Paul ha rechazado varias de su propuesta de visita, el señor Fang le pregunta qué es lo que desea ver. El escritor le dice, desesperado: «Un mongol». No se sabe cómo, Theroux logra darle esquinazo en un mercado y visita a solas la zona de venta de pájaros. Se ve tentado en abrirles la jaula a todos, de superado como está.

Recientemente Peter Hessler, periodista autor de varios libros sobre China y durante años corresponsal de The New Yorker en el país, publicó un artículo titulado ‘Viajes con mi censor’. Es, en realidad, el editor de sus libros, con lo que no es que no sea su censor, es que no es solo un censor: selecciona qué obra publicar, busca traductor y sí, también, decide qué cortar o cambiar. No acompañó a Hessler en todos sus años en China y le impidió hablar con alguien pero borró de sus tres obras los pasajes que consideraba controvertidos, el típico censor a posteriori.

¿Debe un escritor negarse a publicar en China para no someterse a censura alguna o tragarse su orgullo para llevar su obra  a un mercado deseoso?

Hessler es el primer escritor extranjero de no ficción que ha publicado en China un libro sobre China. Detrás de él han venido muchos más porque los editores han encontrado que existe un gran interés entre los lectores chinos por este género y, especialmente, por este género aplicado a su país. Es un caso curioso porque, además, sus libros han sido traducidos por el mismo hombre que fue el autor de la primera traducción al chino jamás hecha de un libro suyo: una de hace casi 20 años destinada al uso exclusivo de miembros del Partido Comunista que querían saber qué demonios andaba contando el periodista al mundo sobre su país.

Los detalles que desaparecen de la versión en mandarín de su libro le resultan sorprendentes: las menciones al controvertido movimiento religioso Falun Gong y un anécdota en la que, charlando con un tutor chino sobre un ex primer ministro, confunde la palabra en mandarín y se refiere a él como un bastardo cuando quería decir huérfano. Pasajes sobre elecciones amañadas, menciones a la corrupción del Partido o a la ignorancia de algunos de sus miembros se quedan sin tocar, para su sorpresa.

Hessler duda muy mucho antes de publicar en China, se pregunta si desea o no hacerlo sabiendo que debe supeditarse a los recortes de sus censores. Se ve dividido: tiempo atrás había dicho que no precisamente para que no metieran tijera a sus palabras pero ahora ansía que la gente de la que habla en el libro, el país que fue su casa tantos años, tenga la oportunidad de leer lo que ha escrito sobre ellos. Otros muchos decidieron no hacerlo, sabedores de que muchos lectores chinos compran las versiones inglesas de sus libros por internet y las devoran con fruición (es el caso del periodista que le sustituyó en la corresponsalía de The New Yorker), pero él acabó animándose y encontró la que cree que es una solución intermedia: publica en su blog todos los fragmentos tal y como fueron escritos originalmente. Su blog puede abrirse en China pese a la también muy activa censura en internet.

El periodista argentino Martín Caparrós anda ahora angustiado por las mismas dudas que el americano con su libro ‘El Hambre’. Una editorial shanghainesa quiere publicarlo en China continental si admite la eliminación de todo el pasaje dedicado a la gran hambruna que sufrió el país después del surrealista y fracasado El Gran Salto Adelante, presunto plan de progreso que acabó con 30 millones de personas muriendo por no tener qué comer. Lo han contado muchos, entre ellos Mo Yan, el último Nobel chino: comían tierra, comían hierbas, comían cadáveres, hijos de familias vecinas para no tener que comer al propio...

Caparrós teme que, sin esa mención, cualquier lector chino considere su obra poco rigurosa, pero, al mismo tiempo, sabe que son conscientes de que hay censura y que algunas cosas simplemente no pueden aparecer negro sobre blanco y menos firmadas por un extranjero. Confía en que den por hecho que sí había una referencia a la hambruna en el país pero que fue eliminada. Se debate y no logra decidirse. No parece que una solución salomónica como la de Hessler pueda aplicarse a este caso.

¡Ay si solo se tratase de ver un mongol!

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