Blog | El portalón

Agua con azúcar

MI AMIGA, llamémosla Pili, cedió finalmente y con dos pañuelos hechos un gurruño en la mano, ojos hinchados y llorosos, y la nariz pelada dijo: "Sí". Hay primaveras y primaveras y aquella era una de esas primaveras. Esas.

De los viajes de los que se desconoce el destino yo sé un rato. Hago varios al día delante del ordenador. Entro en Internet a leer sobre el PP de Madrid, que son como Los Soprano pero con jerseys Polo de colores pastel y peores diálogos, y enseguida me aparecen a la izquierda las recomendaciones. Si me gusta la corrupción, quizás me interese saber dónde se hace el mejor flan de España. Así es. Cómo me conoces Internet, cómo maridas mis lecturas y entre Ignacio González y López Madrid me limpias el paladar con un articulín sobre postres caramelizados.

A Pili la lio un presunto médico para que se rindiera al hecho de que iba hecha unos zorros entre copos de polen y, así, a nadie se le iba a alterar la sangre con su primavera. Quiero decir con esto que yo creo -y seguro que ella me lo rebatiría cien veces por eso oculto su nombre, para poder decirle que hablaba de otra persona- que Pili se metió en la homeopatía por motivos estéticos. Es muy difícil ligar cuando te florecen todos los síntomas de la alergia. De ese viaje hablo.

A los aficionados a la homeopatía la medicina basada en la evidencia les parece un exceso, un capricho


Un ejército de botecitos le invadió entonces la mesilla. Sobre ella lucía la hoja manoseada de las combinaciones, de los qués y y los cuándos. La vida no era aquello que pasaba mientras hacía otros planes. Qué sabía Lennon. La vida era aquello que pasaba mientras chupaba una bolita o se echaba cinco gotas sobre la lengua. Desde mi descreimiento silencioso la observé convenciéndome de que le estaba yendo mucho mejor que con el tratamiento del alergólogo. Me lo decía con voz mocosa y nariz a juego, con mirada encharcada, con prurito en flor, y yo, que soy muy perspicaz, empecé a sospechar.

Por esos viajes de los que hablaba antes y porque la Internet nos conoce, sabe de nuestras querencias y nos oculta información, a veces vivo con la percepción de que todos hemos leído a Goldracre y sabemos de las milongas de Hahnemann, que se inventó la homeopatía y, comprensiblemente, arrasó en el siglo XVIII. En una época de purgas y sangrías propuso diluciones de agua, a dosis minúsculas, de determinadas sustancias que provocaban síntomas similares a algunas enfermedades, basándose en que "lo afín cura lo afín". Entre la sangría y la gotita, quien no elegía la gotita.

La cosa cuajó y se extendió y los remedios, básicamente agua con azúcar, se vendieron en farmacias y fueron prescritos por médicos y aficionados a los que la Medicina basada en la evidencia les parece un exceso. Una especie de capricho. Un jaleo innecesario, en el que se molesta a un porrón de gente y se pierde un montón de tiempo en probar eficacias y certificar resultados.

Ahora la Medicina hace sus esfuerzos por ser indolora y asombrosa, por llegar a sitios nuevos y cambiarnos el paisaje interior. Yo voy, por ejemplo, a entrevistar a los médicos y me cuentan que colocan una suerte de bombas de achique en el corazón para que muevan la sangre y este pueda recuperarse de un achuchón o que fabrican ovocitos de una célula de la piel, como si te pudieran exfoliar un codo seco e ir al origen de la vida, y asiento muchísimo, digo que correcto y me voy a casa sumida en un estado muy trascendental. Me ocurre lo que se conoce vulgarmente como fliparlo muchísimo.

Y en ese mismo estado me quedo cuando leo los resultados de la encuesta científica más básica de todas, en la que el Ministerio de Economía pregunta a los españoles cuatro cositas de nada sobre planetas y virus y nosotros contestamos leyendas. Hace dos años, uno de cada cuatro, defendió que es el sol el que gira en torno a la tierra. Somos así, egocéntricos. Los días luminosos ponemos la mano de visera, levantamos la vista y vigilamos nuestro satélite como quien otea su plantación algodonera.

Este año, más del 23% admite creer en fenómenos paranormales y la mitad, en los beneficios de la homeopatía. De lo primero qué decir. Recordando a los de los jerseys pastel en particular y a la clase política en general, pocos me parecen.

Con respecto a lo segundo, citaré a Pili, a una Pili postbolita, a una Pili a tratamiento alergológico sometido a revisión por pares, a una Pili menos mocosa y menos llorosa, aunque no libre de prurito, a la que, tras su escarceo homeopático, se le hizo la luz y entendió todo. Ese día levantó la mano todavía con un pañuelo hecho un gurruño y sentenció, decepcionada:

-"No es solo que simplemente sea agua con azúcar. Es que, encima, es poquísimo azúcar".

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