Opinión

Te miro demasiado

Pienso en ignorarte para siempre porque la concentración fraccionada me está matando

TE MIRO, te toco con el índice, a nadie observo más que a ti.

Me cuesta mucho alejarme. Lo noto desde hace tiempo y pienso que no puede ser bueno, que no es normal, que yo antes (hace mucho tiempo ya de eso) iba y venía despreocupada y mírame ahora siempre pegada. Eso no es ser una persona ligera y librepensante, independiente, que fluye, que va verdaderamente a lo suyo, que es lo que siempre esperé que sería cuando fuera una adulta. No te supe prever. Si te quedas en casa, yo me voy sufriendo, preocupada por todo lo que sucederá sin mí. En dónde me he metido.

A veces, y supongo que no soy una rara por eso, me cuentas cosas arrebatadoras. Mira, te seré sincera, en el instante me resultan arrebatadoras porque bien veo que todo lo demás me es arrebatado, como si no importara. Quiero decir que estoy en medio de la calle y no le presto atención a nada más. Pasa ese hombre con el caminar saltarín que me hace tanta gracia y ni me entero; los dos gemelos cincuentones tan exactamente iguales salvo por el bigote, con lo que me gusta observar su paso acompasado, como de coreografía militar, y tampoco; está el suelo forrado de hojas crujientes, en este otoño con calor y sin lluvia, y ni las piso, cuando antes me desviaba para hacerlo, caminaba con eses de borracha para no dejar una sin triturar. Cris, cris. Ahora, ya solo tú.

Pero luego transcurre el tiempo (y a veces no hace falta que sea mucho, cinco horas o cinco minutos, no digamos ya cinco días) y veo que ahí no hay poso, que lo que me has contado no se queda conmigo, que me olvido. Todo se produce con cierta efervescencia: subidón en el momento y la más absoluta grisura al rato. Eso tampoco es muy buena señal.

Si digo que mi vida es más fácil desde que estás no miento, pero...


En fin, que me pregunto cosas. Si me convienes; si es verdad, como me parece a mí tantas veces, que te necesito; si no serás un manipulador; en resumen, si no tendría que mandarte a la mierda.

Soy consciente de que hay muchas cosas dentro de ti, que en ocasiones me ayudas genuinamente y en esos momentos si digo que mi vida es más fácil desde que estás en ella no miento. Pero otras veces... ya sabes, que estás un poco presente de más, que me distraes, que he dejado de hacer cosas que me gustaban o que mIlustración para el blog de María Piñeiroe cuesta más trabajo hacerlas.

Dirás que qué culpa tienes tú, que te comportas así con todo el mundo y que los demás no se quejan como yo. Cierto, otros se quejan más, pero la mayoría parecen satisfechos cuando les avisas de algo o les cuentas aquello. Si hasta les brillan los ojos cuando te miran. Que a mí también me pasa, me dices, y yo no sé si reír o darme cabezazos contra la pared.

Pero no creas que me he olvidado de aquello. Si me lo contaste precisamente tú, el otro día. Si hasta paré la película que estaba viendo para enterarme bien. Lo de todos esos que huyen de ti y de todo lo que implicas, lo que llevas en tu interior. No quieren saber nada y se relacionan contigo a través de terceros. Recurren a ti lo mínimo imprescindible porque veían cómo les fraccionabas la concentración y es que casi ni trabajaban. Tus rollos les estaban matando. Es que eres muy cansino, hijo; muy pesadito. Yo les entiendo perfectamente y muchas veces pienso en imitarles. Esto se me ocurre siempre cuando te tengo ahí al lado, llamándome para que te preste atención un ratito, cinco minutos, que ni es interrupción ni es nada, una cosita y ya. Después en realidad es una hora porque eres muy seductor. No sé qué tienes que me pierdo.

Por eso cuando no te veo o no sé dónde estás no lo pienso jamás. Me acaloro y me entran unos nervios terribles, como una alerta extrema, del fin del mundo. Solo el reencuentro me apacigua.

No sé qué hacer, de verdad. Qué lío. Mientras lo decido ya te estoy buscando, te toco con el índice y te desbloqueo.

Ay, móvil mío, qué haría yo sin ti.

Comentarios