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Transformar los espacios

SUENA EL despertador. Te levantas —qué remedio—. Te calientas un café. Sabe bien, lo disfrutas mientras lees todo lo que puedes antes de ponerte en marcha. Piensas: "Tengo un día de locos" o "a ver si llegan las vacaciones" o "¿cuándo será el próximo puente?". Te duchas, te vistes, haces más o menos eso que se da en llamar ‘arreglarse’ para salir a las calles.

En las calles hay personas un poco como tú y nada como tú y a medias; pareciéndose a ti en los actos rutinarios y puede que en los comportamientos más singulares. Puede que también lean antes de ponerse en marcha. Que también piensen que, a pesar de la locura de los días, de un trabajo cargado de tramas sin sentido que forman parte de lo otro, del trabajo de verdad, de la creatividad pura, puede que piensen —como tú— que las cosas son como son y que deberían cambiar pero que algunas deberían quedarse; que a pesar de la existencia de más servidumbres que libertades, de más tonterías que lógicas, algo de todo eso debería quedarse y reposar con una. Hacer que se calmen las cosas, calmándote tú.

Entras en la oficina, ese espacio que has decorado convirtiéndolo en algo que se parece a ti, que tiene, al mismo tiempo, un poco de esto y un poco de lo demás, como cualquier interior humano; un lugar que reconoces porque lo que se respira es tan similar a tu aire que se confunde o, más bien, tú confundes, el resto no tiene por qué saberlo todo. Es ese detalle que parece, a priori, tan insignificante, lo que hace que ir ahí a trabajar sea diferente. Por momentos, especial.

En el trayecto de casa a la oficina vas pensando ese asunto de hacer tuyo el espacio. Y reflexionas esto: no hace falta disponer de un sitio excepcional, no es cuestión, en este caso, de metros cuadrados, sino de conseguir una transformación real del espacio del que dispongas. Y con real me refiero a adecuada a ti, que se confunda contigo. Vale una mesa de escritorio en la que se desparraman papeles, cuadernos, libros, botes de lápices y bolígrafos y pinturas y rotuladores.

En medio de todo eso el ordenador, y ya tienes una casa. Vale con, no sé, una pequeña habitación alquilada, porque estás de paso en alguna parte, porque no sabes todavía si ese será tu sitio definitivo. No la dejes tal y como te la ofrecen, conviértela en ti y será tu casa. Qué importa si te quedas un mes o dos días. Si te quedas tú, las cosas que te rodean asumen que quieres tenerlas a tu lado. Si las haces bonitas, te lo agradecerán. Y tú sentirás algo.

Llegas a la oficina y la reflexión se termina porque empieza a sonar el teléfono y a llegar los emails y a acumularse los proyectos que hay que sacar adelante. Ante el arrebato de estrés, calma. Mira a través de una ventana o sal a un balcón o levántate de la silla y observa las paredes. Esas paredes en las que previamente has colgado láminas que te dicen cosas, que te inspiran cosas, que te hablan. Observa aquel rincón con mesita y escultura, ese mueble que no sabes si un día acabarás de arreglar o de llenar. Ha estado contigo tiempo o lo compraste en una pulsión. Lo que sea. Es de los tuyos. Mira esas plantas, sí, las tienes que regar. Pero ¿te acuerdas de la tarde en que las compraste? ¿Eres capaz de rememorar los momentos en los que las elegiste? Probablemente sí. No sabes bien porqué, si a veces no te acuerdas de otras cosas, dirías, más esenciales; sin embargo, recuerdas la tarde y sonríes. Sientes algo.

En el trayecto de casa a la oficina vas pensando ese asunto de hacer tuyo el espacio

Después sales de la oficina y vas a comer y comentas alguna reunión o te mantienes en un silencio tuyo, concentrado y tuyo. Y vuelta a empezar la segunda parte del día, llevando a cabo una tarea que puede resultar repetitiva o emocionante, aburrida o excitante. Depende mucho de cómo mires todo y de cuánto cariño hayas puesto en el lugar. De que, poco a poco, lo que sea que hagas se convierta en lo que sea que quieras ser. Y para conseguir eso, piensas, tienes que tratarte bien y expandir ese procedimiento a todo lo que te rodea. Luego llega la noche. Y sueñas. Una jornada de tantas en tu casa mundo, en tu casa viaje, en tu casa vida. Y te gusta.

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