Opinión

Escalera abajo

PARA poder asistir a la cita con Diario de Pontevedra, Nasi y Julia han tenido que acudir acompañadas de su madre dependiente. Una de las hermanas compagina el cuidado de su progenitora, enferma de alzhéimer, con el de su hija y las tareas del hogar. Es una de las más de 2,5 millones de españolas que no forman parte del mercado laboral por tener que ocuparse de la familia. Su hermana participa de los cuidados y además trabaja en un supermercado. Ambas se mueven sobre un suelo inestable de escasas oportunidades y sueldos precarios donde germina la feminización de la pobreza.

Bajamos un escalón. En la precariedad que mantiene pegadas al suelo a las dos hermanas, encuentra su camino una abogada venezolana que desde hace años reside en Pontevedra. Homologar sus títulos supone a Lourdes cinco años de estudios y muchos gastos, así que los trabajos a los que opta son, de nuevo, de limpieza de casas y cuidado de mayores. Y no siempre con contrato. Ha necesitado una renta social para sacar adelante a su familia y ahora colabora con la asociación Boa Vida. Sin embargo, la seguridad que le aporta este rincón de la Península "compensa" los obstáculos a los que inmigrantes como ella se enfrentan día a día.

Bajamos otro escalón. En este nivel no hablamos de complicaciones para conciliar, ni de falta de oportunidades laborales. Tampoco de tareas precarizadas, sino de un espacio en el que a las mujeres ni siquiera se les reconocen sus derechos. Es el colectivo trans o, como dice Ada Otero en la tertulia, "cuando ni siquiera existes". Las mujeres trans se ven abocadas muchas veces a la incomprensión y el rechazo social y se les pone delante la prostitución como única salida.

El debate de la igualdad mira habitualmente hacia el techo Escalera abajo que no permite crecer, pero solo enfocando a la parte baja de la escalera podemos descubrir que existe también un suelo duro y pegajoso, en el que mayoritariamente son ellas las que tratan de levantar sus pies de él y avanzar. Sufren el lastre de la dependencia económica y las viejas convicciones que colocan sobre sus hombros todo el peso del hogar. Son también mujeres invisibles que lideran las cifras del desempleo o las del trabajo en las peores condiciones.

Crear una red de apoyo es crucial para que no resulte más rentable dejar de trabajar para atender a un hijo o a un mayor dependiente. Poner en marcha centros de día, guarderías o un servicio de ayuda a domicilio público son algunas propuestas para que estas mujeres empiecen a ser vistas.

Una vez más, la educación se presenta como el gran pilar sobre el que construir una sociedad más justa, en la que ellas no tengan que ceñir sus vidas al rol de cuidadoras y encima ser penalizadas por ello. Toca arrojar luz al fondo de la escalera. Abrir los brazos a la diversidad para que nadie pueda sentir que ni siquiera existe. Aplicar la corresponsabilidad en cada casa: cualquiera puede levantarse a recoger la mesa; y la coeducación en los colegios: respeto e igualdad siemre, de las clases de matemáticas al patio.

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