Opinión

El año de Galdós

HOY, CINCO de enero, hace 100 años que se enterró a Galdós. El escritor había muerto el día anterior, pobre y solo, ignorado por las autoridades, cubierto de deudas y desesperado por la ceguera que le impedía escribir y pasear sin rumbo por aquel Madrid que había hecho suyo. Los poderes públicos, que reaccionaron tarde y mal a su deceso, permitieron que se le velara en un salón del ayuntamiento. De allí salió un cortejo fúnebre que de forma espontánea acompañó al féretro hasta el cementerio de la Almudena, y que estaba integrado por gente de la calle, por obreros y menestrales, cocheros y gamberretes, chulos de gorrilla, vendedores de tabaco y mujeres, muchas mujeres, que de forma excepcional se echaron a la calle para rendir un último homenaje al mismo autor que las había hecho protagonistas de sus novelas. Galdós era Madrid. Él mismo representa al madrileño más corriente: el que, nacido lejos (él lo hizo en Las Palmas), recala en la ciudad para vivir y para crecer, para aprender y trabajar. A veces, incluso, para morirse, aunque sea en soledad, en la enfermedad, en la escasez.

Galdós murió, pero es eterno. En realidad, un autor sólo muere cuando nadie lo lee. Y este año galdosiano debe ser el momento para recuperar los texto de Pérez Galdós, sus novelas, su teatro, sus cuentos, su correspondencia, sus artículos, sus críticas musicales, sus discursos. Recuperemos los Episodios Nacionales, los personajes inolvidables (esa Fortunata, esa Tristana que aprende a hacer pasteles para olvidar su desgracia y su cojera, esa Rosalía Pipaón de La de Bringas, ese pobre Miau que por momentos nos recuerda al desdichado Akakiai Akakievich de Gogol, ese Gabriel Araceli que camina, de la mano de España, en busca de aventuras y de gloria) las tramas balzaquianas, los paisajes, los espacios. Reivindiquemos a Galdós volviendo a su lectura, porque es la única forma de rendirle el homenaje que, un siglo después, él se atrevería a reclamar. Feliz año 2020. El año de Galdós.

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