Opinión

El libro de Celia

TENÍA 10 años cuando empecé a leer la serie Celia de la mano de mi madre, que en su infancia había sido lectora apasionada de Elena Fortún. Ella me compró el primer ejemplar durante unas vacaciones en Canarias, y en las sobremesas cálidas de las tres horas de digestión me zambullía en la vida de aquella niña que encontraba un poco parecida a mí. Durante un par de años fui formando toda una biblioteca: Celia: lo que dice; Celia y sus amigos, Celia en el colegio, Celia madrecita, Celia institutriz, Celia se casa. De algún modo supe que había otro volumen, 'Celia en la revolución', pero en vano lo busqué por tierra, mar y aire: ni siquiera en las bibliotecas lo tenían, aunque era seguro que se había publicado en 1946. Yo crecí, pero nunca olvidé del todo a Celia, aquella niña ingenua y curiosa, que inventaba historias inverosímiles. Ahora, más de treinta años después, la editorial Renacimiento recupera el libro que busqué sin tregua durante los últimos años de la infancia. Lo leí de un tirón, con el ansia de lo largamente esperado, y me sorprendió por su crudeza: la cría rubia que había conocido a través de los libros, aquella chiquilla del barrio de Salamanca mimada por unos padres ilustrados y ricos, aparece convertida en una adolescente que intenta resistir en el pavoroso Madrid de la guerra en medio del hambre y el frío, los bombardeos en plena noche, los fusilamientos y el pillaje. La heroína de las historias infantiles es protagonista de uno de los mejores retratos de la guerra civil que he leído nunca: esa España que reventaba en odio y bombas se vuelve más real a través de los ojos de una joven de diecisiete años empeñada en busca algo a lo que aferrarse después de que la guerra haya arrasado su mundo. Y cuando cierro el libro me doy cuenta de que fue una suerte leerlo ahora, que soy adulta: aquella niña que se parecía a Celia no estaba lista para verse enfrentada al dolor, al miedo, a la crueldad y a la muerte.

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