Opinión

La tostadora

HACE UNOS días leí un tuit de un señor que se quejaba de no poder hablar con su tostadora en catalán. El caballero en cuestión es un supuesto activista cultural indignado por tener que hablar en castellano con sus electrodomésticos, y dice que por qué sus hijos tienen que dirigirse a su tostadora en castellano. Empecé a pensar en mi propia tostadora, regalo de mi amiga Margot, y me di cuenta de que después de casi dos años conmigo, jamás le había dirigido la palabra. Qué triste.

Veinte meses alegrándome los desayunos, veinte meses arrojando pan dorado y calentito, procurándome barritas tostadas —que luego yo pringo sin piedad de aceite de oliva virgen y tomate rallado— y nunca hasta entonces habíamos mantenido una conversación mi tostadora y yo. Así que fui a la cocina para arreglar las cosas antes de que fuese demasiado tarde. Allí estaba la tostadora, de elegante acero cromado, oliendo aún levemente a pan churruscado. Nunca me había fijado en lo simpática, amable e inteligente que parece.

Pensé que, una vez roto el hielo, iba a ser mucho más agradable preparar el desayuno mientras mi tostadora y yo charlábamos amigablemente sobre cualquier cosa. Intenté abrir el fuego dirigiéndome a ella en castellano, pero no hubo manera. Tampoco en gallego (al fin y al cabo la compraron en Lugo), ni en inglés. La puñetera tostadora me ignoraba. Entendí que pudiese estar dolida después de tantos meses de silencio, así que volví a intentarlo deshaciéndome en disculpas por mi pasada falta de urbanidad. Ni por esas. Muda como Belinda.

He asumido que mi tostadora ha decidido no dirigirme la palabra. Yo, por si acaso, ahora entro en la cocina cada mañana dando alegremente los buenos días. Ni una vez me ha contestado, la ordinaria. Así que, por favor, si alguien conoce al activista cultural que se queja de no poder hablar en catalán con su tostadora, que le diga de mi parte que tiene muchísima suerte: aunque sea en español, al menos su tostadora le habla.

Comentarios