Opinión

La obligación de los jóvenes

Afirma que los adultos son los verdaderos responsables del desmadre adolescente ocurrido en Mallorca
SI YO tuviese diecisiete años, muy posiblemente ahora mismo estaría atrapada en Mallorca, en un hotel de El Arenal, protestando por el encierro forzado en una habitación y sacando cubos por la ventana con dos sábanas anudadas para que un hostelero compasivo me sirviese un cubata. O, ahora que lo pienso, si yo tuviese diecisiete años (o incluso alguno más) no estaría en Mallorca porque mis padres no me hubiesen consentido viajar al epicentro del desmadre. Así que me habría quedado en casa, con cara de perro, disgustadísima y frustrada, pensando que mi padre y mi madre no me entendían, enfadada con ellos y con el mundo, pero en casita. La obligación de todo joven es intentar hacer el cafre, y la de los padres impedir que lo hagan. Lo del sindiós de Mallorca tiene muchos culpables, pero no son los mozalbetes que braman desde su encierro de hotel de tres estrellas. Ellos cumplen con su cometido de ser inconscientes, que es algo que va en el lote de la juventud, y ahí tienen que estar los adultos, los padres por un lado y las autoridades por otro, unos prohibiéndoles salir de viaje en determinadas condiciones, y otros no permitiendo la organización de según qué jolgorios multitudinarios. Ellos, muchachos y muchachas en flor, han perdido ya dieciocho de los mejores meses de su vida parapetados detrás de una mascarilla, sin poder acodarse en la barra de un bar, romper una pista de baile, cantar en un concierto ni comerse a besos a alguien a quien acaban de conocer y que puede ser el amor de su vida, o al menos el amor de su vida de una noche, que eso nos ha pasado a todos. Es hora de reconocer que la pandemia ha quitado a los veinteañeros más cosas que a los que pasamos de los cincuenta. No se les puede pedir que sean sensatos. Esto les toca a otros, pero han abdicado. Unos, porque no querían frustrar a los niños con ganas de marcha. Los otros, porque es más cómodo dejar que se monte la juerga y luego encerrar a los chavales en una habitación.