Opinión

Pensaba que no era para tanto

CRECÍ (CRECIMOS) junto a la desdicha que provocaba ETA. En los años ochenta, ponías el telediario y era raro que no empezase con un muerto, con un secuestrado, con muchos heridos y, si había suerte, sólo con un autobús en llamas. Muchos días comíamos con imágenes de un entierro. Con  personas llorando desconsoladas. Con ataúdes que entraban y salían del coche fúnebre. A veces los ataúdes eran blancos y eso hacía imposible olvidar que dentro iba un niño. Había lágrimas, había miedo. Y desde el otro lado de la pantalla se intuía  un dolor tan salvaje que se te atragantaba el plato de lentejas. Ahora Arnaldo Otegi dice que él y su cuadrilla  “no eran conscientes” de ese dolor. Pues hay que estar muy empanado, Arnaldo, hijo. Porque en los años de plomo yo era una cría de diez años y sabía perfectamente lo que estaban haciendo tus amigos: sembrar de terror y de sangre la vida de miles de personas inocentes. Va a ser que los amigos de Arnaldo pensaban que los huérfanos, y las viudas, y los padres que tenían que enterrar a sus hijos tampoco lo pasaban tan mal, y me acuerdo morbosamente de aquel chiste en que un hombre explicaba por qué había echado plomo derretido sobre la espalda de un compañero: “es que no creí que se lo fuese a tomar así”. Otegi ha llegado a decir que él y los suyos vivían “en una realidad paralela”. Los demás no teníamos tanta suerte. Porque cada día, al entrar el telediario, se te enfriaba la sopa con la noticia de otro muerto y tenías que deshacer el nudo de la garganta para seguir comiendo. Otegi es un individuo que sólo merece el desprecio de las personas de bien. Si otros lo retratan como un hombre de paz, yo lo veo como el tipejo que posiblemente habría podido evitar el asesinato de Miguel Ángel Blanco, o el que ni pestañeó cuando supo que cuatro niñitos habían muerto en el atentado de la casa cuartel de Vic. Ahora resulta que es porque no se enteraba. A ver si, además de malo, el prenda este va a ser completamente idiota. 

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