Opinión

Demoliciones Iglesias

CUANDO EMPEZABA la moción de censura, recordé que a esa misma hora la subcomisión del estatuto del artista tendría que estar recibiendo a tres expertos para avanzar en la redacción de un documento que regule las profesiones de los creadores. En lugar de eso, nos esperaba una sesión de pirotecnia – que se quedó en vulgar ristra de petardos – diseñada a mayor gloria  de la portavoz sustituta del defenestrado Errejón, y la verborrea del líder supremo. La primera acabó llorando por culpa de un comentario fuera de lugar y el segundo, con un rebote que no veas. Mejor dicho, con dos: uno, cuando Ana Oramas  le llamó machista desde la tribuna. Otro, cuando Albert Rivera señaló que siete de sus once propuestas ya estaban tramitándose tras haber pasado por la cámara  evidenciando así que Pablo Iglesias sabe poco o nada del trabajo parlamentario. Le sentó mal la cosa al líder de los morados, y salió como una hidra reprochando a Rivera que citase un libro que según él no había leído, como si Dickens fuese un autor para filósofos o para frikis. Iglesias gastó su tiempo de réplica en lanzar bilis y dejar claro que Rivera le saca de quicio, lo cual es curioso porque se supone que la moción circense era para Rajoy. A Podemos, el pico y la pala no les gusta. Son más de espectáculo, la camiseta estampada, el niño en el pleno, el autobús y las pegatinas. Y entre medias, andan haciendo propuestas imposibles o bramando contra el secreto bancario, que resulta que no existe. La moción de censura, que quizá no estuvo mal como show, nos costó dos millones de euros, que se dice pronto. Dos millones a cambio de un par de titulares, mucho ruido, pocas nueces y el nuevo mote de Pablemos: 'Demoliciones Iglesias', que ha calado en las redes. En cualquier caso, es paradójico que a un señor que tuvo unas diez horas para lanzar sus homilías le haya sobado el morro una señora que sólo se subió tres minutos a la tribuna y un homólogo que tuvo que apañárselas con quince. 

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