Opinión

Estar con los buenos

ESCRIBO ESTAS líneas minutos después de enterarme de la detención de Mikel Irastorza. Era el último jefe de ETA. Cayó en Francia, en una operación conjunta de la gendarmería y la Guardia Civil, y a estas horas aguarda en un calabozo lo que espero que sea una larga condena. En las redes, el aplauso no se hizo esperar. Tampoco el vómito de Otegi, lamentando la detención de su colega delincuente. Quienes aún no se han pronunciado han sido los líderes de Podemos: ni Pablo Iglesias, ni Errejón, ni Espinar, ni Montero han celebrado que un terrorista haya sido puesto a buen recaudo. A ellos se enfrentó el otro día, solo ante el peligro, mi compañero José Manuel Villegas, después de que Iglesias felicitara por su discurso al representante de Bildu —«muy bien, Oskar», le dijo, melifluo palmeándole la espalda— y se mofaran cuando la mayoría de la cámara puesta en pie dedicaba un aplauso a las víctimas de ETA. Llevo muy poco tiempo en política, pero nunca me sentí tan segura de lo que estoy haciendo ni tan orgullosa de estar donde estoy como hace una semana, cuando Villegas plantó cara a los palmeritos de Bildu tras decirles lo que tienen que oír. Hay que ser muy poca cosa para hacer la ola al amigo de los etarras y mirar para el suelo cuando se recuerda a las víctimas. Errejón se agitaba enarbolando los cinco millones de votos de Podemos, pero me juego cualquier cosa a que entre los votantes podemitas hay muchísima más gente cercana a las víctimas que a sus verdugos. No veo yo a cinco millones de españoles dando palmaditas en la espalda al individuo de Bildu, ni haciéndose el avión cobardemente cuando se recuerda a los asesinados por sus amigos del alma. La mayor parte de las personas que votaron a Podemos reniegan de ETA y no creo que comprendan la equidistancia que con los herederos de Batasuna demuestran Pablo y compañía. Hoy hay en las calles un terrorista menos. La gente decente se alegra y la otra anda rabiando.

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