Opinión

Julen

MIENTRAS ESCRIBO estas líneas, en las últimas horas del sábado, se sigue buscando a Julen. En Totalán hace frío, el cielo está gris y la inquietud es el estado de ánimo generalizado, pero se continúa trabajando contrarreloj para encontrar al niño que tiene en vilo no ya a un pueblo, sino a un país entero. Nadie conoce la cara de Julen, nadie sabía nada de Julen hasta que desapareció en una tarde fatal, pero a día de hoy todos tenemos claro que hay que dejarse la piel para encontrarlo. Hasta el lugar del suceso se han desplazado ingenieros, topógrafos, mineros expertos y tantos medios técnicos como se han reclamado para hacer posible lo que cada vez parece más un milagro. Unos y otros vagan por las cercanías del pozo con el rostro serio buscando en cada rincón del cerebro una idea nueva que agilice el rescate. En el pueblo cercano al pozo al que cayó Julen vive desde hace días por y para dar con él, y la imposibilidad de trabajar en las tareas de búsqueda ha desencadenado un desesperado movimiento de solidaridad entre los vecinos de la zona. Los niños hacen carteles de colores. Sus padres se preguntan en qué pueden ayudar, y montan bocadillos, compran alimentos, preparan cacao sin saber muy bien quién va a beberlo. Supongo que da igual. Las buenas personas – y estas cosas nos recuerdan que el mundo sigue caminando porque está lleno de ellas – necesitan saber que no están de brazos cruzados mientras otros sufren. Mientras la familia de Julen vive un infierno y un montón de hombres y mujeres se preguntan qué más pueden hacer para encontrarlo. Desde el informativo, una mujer cocina una enorme olla de caldo destinada al equipo de rescatadores que trabajan a la intemperie. Sólo ella sabe cuánta solidaridad hay en esa caldera borboteante que remueve con el gesto serio. No conocemos a Julen, pero todos nosotros daríamos cualquier cosa por poder encontrarlo. Y eso debería recordarnos que, a pesar de todo, somos mejores  de lo que creemos.

Comentarios