Opinión

No tendréis mi odio

HACE MENOS de un año, el 13 de noviembre de 2015, la vida de Antoine Leiris cambió para siempre: su mujer, Helene, fue una de las víctimas del atentado en la sala Bataclàn. Antoine debería haber ido con ella aquella noche infausta, pero se quedó en casa cuidando del bebé de ambos. Antoine, joven, guapo, periodista, padre moderno, dio un beso a su esposa sin pensar que era la última vez que lo hacía. Horas después de reconocer el cuerpo de Helene, atenazado por el dolor y la angustia, se sentó al ordenador y escribió una carta a sus asesinos que tituló 'No tendréis mi odio'. El texto, que ahora se ha convertido en libro, es una reivindicación de la vida, la libertad y el derecho a mirar hacia el futuro. Leiris habla a los criminales de su hijo Melvil, de año y medio, y le dice: “Toda la vida este niño les hará la afrenta de ser feliz y libre”. Traducido ya a varios idiomas (Península lo publica ahora en castellano), 'No tendréis mi odio' es una deslumbrante aportación a la literatura de la pérdida. Sorprende que no falte quienes critican que Antoine Leiris haya decidido hablar tan abiertamente de los detalles de su desgarro, pero sospecho que quienes lo hacen jamás han sabido buscar consuelo para la desdicha en la letra impresa. Leer atenúa las heridas del corazón. Escribir, mucho más. Supongo que Antoine Leiris encontró en su texto un pequeñísimo alivio para la brecha infinita que se abrió bajo sus pies en una noche de otoño. Tras conocer la historia de Antoine, uno se pregunta cómo será su existencia diaria. Qué hará cuando se levanta, cuando pasea por las calles, cuando se acuesta en la cama antes compartida. Él mismo nos da la respuesta: “Mi vida es llorar a Helene y cuidar de mi hijo”. La desdicha, indefectiblemente, se da la mano con la vida. Y los seres como Antoine Leiris saben que están condenados a compaginar el dolor del alma con una obligada fe en el futuro. Quizá sea esa la única forma de dibujar tímidamente la derrota del terror.

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