Opinión

Otegi, hombre de paz

HACE UNOS meses, Pablo Iglesias escribió que si no hubiese sido por gente como Arnaldo Otegi, ETA jamás habría dejado de matar. Le contesté de inmediato que tampoco ETA habría matado a más de ochocientas personas si no hubiese sido por gente como Arnaldo Otegi. El caso de este señor es muy parecido al del bombero pirómano que hacía que ayudaba a apagar el fuego que él mismo había provocado. Es discutible el peso de Otegi y su tenebrosa pandilla en el fin de la violencia de ETA: fue la eficacia policial y la persecución implacable del estado de derecho quien redujo a la banda a su mínima expresión. Me contaba un Ertzaintza como los liberados etarras habían pasado de vivir como reyes a tener lo justo para hacer la compra. No, no fue Otegi quien paró el carro, sino los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, que minaron hasta el extremo su estructura operativa. Por desgracia, hay quien quiere hacernos comulgar con ruedas de molina dibujando a Otegi como una especie de hermanita de la caridad, una mezcla de la madre Teresa de Calcuta, Nelson Mandela y el capitán Custeau. Y un cuerno. Otegi es un miserable que jamás ha renegado de la violencia ni lamentado en público el infinito dolor que causaron sus amigos. Pero los que nos toman por tontos quieren reescribir la historia y apuntalan sus teorías con visitas oficiales que sonrojan a la gente decente. La última, la que hizo Otegi esta semana al parlament de Cataluña, donde se le dio categoría de hombre de estado en un ejercicio gratuito de humillación hacia las víctimas con las que, por cierto, el parlamento catalán no ha tenido jamás ninguna deferencia. Mientras los esbirros de la CUP y su calderilla podemita jaleaban a Otegi, el partido al que pertenezco se reunía con familiares de asesinados. Es sólo un gesto, pero supongo que consuela a aquellos a los que la institución catalana estaba escupiendo a la cara. Y es que si una se mete en política, es preferible estar del lado de los buenos. 

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