Opinión

Queridos camaradas

CUANDO YO tenía 20 años y el muro de Berlín acababa de caer, como quien dice, Gabinete Caligari grabó una canción con esta letra: “queridos camaradas / decidme si es verdad / no hay muro que no caiga / cuando escasea el pan”. El tema era pegadizo, y empezamos a cantarlo a grito pelado en las discotecas desde la inconsciencia de la juventud y sin reparar mucho en la gran verdad que contenía. Estos días en los que se agudiza el desabastecimiento en Venezuela he recordado aquella canción de los primeros noventa, cuando del check point Charlie sólo quedaban un montón de cascotes después de que turistas y nostálgicos arrancasen pedazos de la vergüenza para llevárselos a casa. Mi jefe, Albert Rivera, volvió de Venezuela espantado: en Caracas, la población convive con el hambre con una naturalidad pasmosa. Por supuesto, han salido los listos de turno a decir que aquí también hay gente que pasa hambre, pero ellos, y usted, y yo, sabemos que ni es lo mismo ni es igual. En Venezuela la falta de alimentos se ha convertido en un mal endémico, y allí no hay como aquí una parroquia del Padre Ángel o un local de Cáritas donde uno pueda abastecerse de lo necesario. En Venezuela los panaderos no encuentran harina y los médicos son incapaces de hacerse con una caja de paracetamol. Los supermercados tienen un algo fantasmal entre las estanterías vacías, y los enfermos vagan por los hospitales aterrados por la certeza de que sólo existe el 5% de los fármacos necesarios para sobrevivir al dolor. Si usted quiere ver pobreza, pero pobreza a fuego, miseria institucionalizada, carencias oficiales, no la busque en España, donde todavía la maquinaria puede ponerse en marcha para socorrer a quien lo necesita. En Venezuela se forman cada día las mismas colas inverosímiles que se armaban en Rusia justo antes de que estallara la Perestroika. El resto ya lo saben ustedes. El hambre es el más poderoso motor de las revoluciones. Queridos camaradas, decidme si es verdad.

Comentarios