Opinión

Vivir para Belieber

ERAN MUCHAS. Bastantes. La tele decía que cuatrocientas, aunque vete a saber. Son las llamadas 'Beliebers', y acamparon al raso durante un mes para coger buen sitio en el concierto de su ídolo. Un mes entero. Treinta días con sus noches. Cuatro semanas en las que no fueron a clase, ni estudiaron, ni hicieron otra cosa que cantar canciones de Justin Bieber y soñar con él mientras papaban frío y comían bocadillos. No me pregunto quiénes son esas niñas, sino quiénes son sus padres. En qué momento una cría de quince años dice en casa que va a pasar un mes durmiendo al raso para ver de cerca a un cantante (o a un Premio Nobel de Física o a un santo redivivo) y contestan que bueno, que vale, que muy bien, pero que se lleve una mantita para abrigarse por las noches. ¿Y los profesores? ¿No dicen nada cuando una adolescente hace pellas durante veinte días? La tele ofrecía las declaraciones de una madre que se turnaba con su hija para que la niña pudiese dormir en cama mientras ella guardaba cola. Había un padre que aseguraba que su hija era una buena chica y sacaba muy buenas notas, y que lo menos que podía hacer era apoyarla (ay, Señor) en su reto de entrar de las primeras para ver a un cantante. El mundo se ha vuelto un lugar muy raro, pero no sé si prefiero a estos padres que llevan croquetas a sus hijas practicantes de absentismo escolar, o a los míos, que me castigaban sin piedad cuando llegaba cinco minutos más tarde de las diez y no me permitían faltar a clase a menos que tuviese fiebre. Vuelvo a ver las imágenes de las admiradoras de Bieber y hay algo que me llama la atención: el fenómeno fan parece exclusivo de las chicas. Parece ser que a ellos no les va tanto el plan de pernoctar al raso para coger buen sitio. Eso sí, el único que pudo tocar a  Justin Bieber fue un chaval que consiguió meter la mano por la ventanilla del coche que llevaba a la estrella y acariciar su mejilla. Por toda respuesta recibió un puñetazo que le reventó el labio. 

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