Opinión

La marca Ayuso

ISABEL DÍAZ Ayuso pudo ahorrarse la campaña y dedicar los 15 días a pasear por Madrid a ver si se encontraba con algún ex. Ya se encargaron los demás, todos, de alimentar su granero de votos con unas estrategias incomprensibles. Ni en sus mejores sueños vislumbró Ayuso un escenario como el que le presentaron sus rivales, un «todos contra mí» que no hizo más que sobrealimentar su figura. Unos la votaron por pena, otros por solidaridad, otros por convencimiento, otros por cabreo y otros por descarte. Pero visto lo visto, la votaron muchos. Y las elecciones van de eso.

El PSOE, cada vez más Moncloa que Ferraz, presentó un candidato en el que no creía y, para colmo, le impuso una estrategia letal. Gabilondo podía explotar su sensatez y sosiego en medio del lodazal en que acabó convertida la campaña madrileña para diferenciarse, pero lo obligaron a bajar al fango, mal sitio para un catedrático de zapato fino. Y Pedro Sánchez, que en su empeño de ningunear a Casado acabó elevando a Ayuso a los altares, protagonizó una estampida en la mitad de la campaña, cuando vio que la cosa no tenía remedio, que acabó condenando a su partido y a su candidato.

Unidas Podemos también hizo todo lo posible para encumbrar a Ayuso. Y por eso mandó a batirse con ella ni más ni menos que a su líder. Una vez más, se reforzó el mensaje de que la madrileña del PP es la todopoderosa a la que hay que combatir con los primeros espada. Pero es que, para colmo, Iglesias aterrizó en la batalla de Madrid con la peor valoración ciudadana de un político en España. Una doble ayuda para la causa de Ayuso. Puede que Iglesias salvase los muebles de UP, pero quedó a la intemperie porque al final perdió la casa.

A Más Madrid hay que analizarlo en clave diferente. Es el único partido que se presenta en clave local. El suyo fue un papel digno, a nivel de campaña y resultados, pero en su caso el daño ya venía hecho de antes. Su mera presencia implica la división de la izquierda en tres partes en lugar de dos, algo que en pleno apogeo de la política de bloques penaliza.

Vox ejerció de Vox. Como siempre. Su contribución a la victoria de Ayuso fue la de enmarañar la campaña hasta límites insospechados y hacer que se hablase de todo menos de política. Como siempre puso el cebo y como siempre algunos picaron. Pedradas, insultos, mítines boicoteados... Y Ayuso paseando por el campo de batalla recogiendo el botín.

Lo de Ciudadanos ya no es de Madrid. Viene de atrás, de los tiempos de ‘veleta’ de Albert Rivera primero y de las elecciones catalanas después. Allí, en Cataluña, nació el partido naranja y allí se enterró en las últimas autonómicas. Lo de ayer de Madrid fue simplemente la última palada de tierra sobre el féretro. Huele a final y falta saber si la integración en el PP se hará de forma individual, como la de la vieja En Marea en el BNG, o bien en una operación pactada a nivel orgánico. De momento, el 4-M deja buenas noticias para la lucense Marta Rivera de la Cruz, a la que Ayuso podría incorporar como consejera.

El caso es que ganó Ayuso. Y lo hizo con el doble mérito de una contundencia brutal y una participación histórica. Con la particularidad además de que ganó ella, no el Partido Popular. Porque igual que ocurre con Feijóo en Galicia, la presidenta madrileña ya es una marca propia en sí misma.

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