Opinión

Déjennos jugar con la nieve

Hace frío, pero estos cielos azules nos recuerdan que en Galicia siempre vamos al revés de todo, como si estuviéramos siempre colgando de la península. Menos mal que nos sostiene Portugal porque si no yo creo que ya nos habríamos convertido en isla y adentrado en el Atlántico, no sé si para detenernos en algún punto o para navegar a la deriva. En la tele todo se ha vuelto blanco, la tormenta ha arrasado con tejados, cornisas, cubiertas y hasta con las noticias del covid, al menos por dos días. Y ya sabéis, no existe aquello a lo que no se le pone palabras. Quizás por eso no hay un nombre que defina a los padres que pierden un hijo. Un escudo del idioma para conjurar aquello que más tememos.

Hay otras cosas a las que deberíamos temer. La pérdida de la risa, la demonización de la alegría, la defensa de la seguridad por encima de cualquier cosa, la criminalización del júbilo, los dedos acusadores señalando cualquier forma de diversión.

Apenas sé nada de la nieve, la última vez que la vi iba con mamá en un tren hacia Venecia. Me dijo, mientras miraba por la ventana cómo se iban cubriendo los campos, los árboles, los campanarios, que en la aldea, justo antes de nevar la naturaleza se quedaba en silencio, que no había ningún ruido animal ni vegetal, como si el mundo se detuviese para prepararse para la belleza. Cuando ésta llegaba a teñirlo todo de blanco venía el júbilo, la alegría, porque la belleza provoca alegría, emociona, y la imagen de la nieve es definitivamente hermosa. Salían a la calle con las mejillas sonrosadas, las ropas de siempre porque en la aldea no había Decathlon, y eran felices, esa felicidad intensa e intuitiva que ofrece la contemplación de la naturaleza.

La nieve trajo el caos en la ciudad, pero también provocó instantes de felicidad. Algunos sonreímos al ver a la gente saltar, jugar, vivir mientras en los medios se trataba a esas personas como si fueran criminales, a esos mismos seres que si van callados y hacinados como borregos en el metro de camino al trabajo no son peligrosos, pero si hacen el trenecito al aire libre en la Puerta del Sol son poco menos que terroristas que pueden contagiar o romperse una muñeca.

La bonita idea de salvar vidas está acabando con la alegría de vivir.

Vacúnennos de una vez y déjennos jugar con la nieve.

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