Opinión

La vida es andar

Me pregunto si el sol de Londres existe. Creo que es la décima vez que paso unos días aquí y jamás lo he visto. La primavera sólo se aprecia en los árboles, que están frondosísimos, con su verde intenso derramándose sobre los parques y las avenidas. Algunos son viejísimos y empujan los muros y las aceras buscando espacio. Hay por ahí un registro de los más importantes, siempre tengo la tentación de buscarlo y seguir luego el rastro de los habitantes naturales de esta ciudad, quizás tilos o plátanos o castaños, pero luego no lo hago, lo dejo pasar como tantas otras cosas. 

Paseamos por las ciudades de la misma manera que vivimos, ¿No crees? Algunos lo hacen con todo el itinerario decidido, los horarios calculados, las entradas compradas y hasta las reservas de los restaurantes hechas. O , al menos, han mirado en alguna web o en algún blog de moda cuáles son los sitios dónde hay que ir a comer y dónde se consiguen las mejores fotos para triunfar en Instagram. Son las mismas personas que en el instituto saben a qué se van a dedicar, si quieren ser padres y en qué año se casarán con su novio/a de toda la vida, tienen un plan de pensiones y ahorran para pagar el tanatorio de su mascota. 

En realidad, lis envidio. 

Yo investigo mucho, curioseó, leo aquí y allá, pero luego cruzo la puerta del hotel y la calle me devuelve mi propio yo, ese que duda constantemente y que igual puede coger un autobús hacia el norte que un tren subterráneo hacia el sur o caminar sin rumbo hasta llegar al lugar más insospechado. Lo que imaginé hacer se queda anotado en libretitas rodeado de garabatos, perfecta imagen de mi desorden mental. 

Quizás vaya al Brittish a ver los frisos del Partenón arrancados por Lord Elgin, o a la Tate a contemplar la Ofelia de Millais, o a la City a seguir el paso de hombres presurosos y trajeados que en algún momento del día se sentarán en una plaza para comer una ensalada en un recipiente de plástico. 

A mi madre, cuando estuvimos juntas aquí, la imagen esos señores solitarios le daba pena, por más que yo le dijera que, a buen seguro, su cuenta corriente no provocaba ninguna tristeza. 

Las grandes ciudades siempre tienen algo de crueles, son como los parques de atracciones del capitalismo. Esa rueda que nunca se detiene girando y girando entre luces de colores sin llegar nunca a ninguna parte y que sólo es divertida cuando estás arriba. 

A mí tormentito, que me acompaña, le habría gustado subirse a la noria gigante, pero le he dicho que mejor ver las cosas desde abajo, eso sí, elevando siempre la mirada al cielo. 

Ahora por fin, es azul. 

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