EN LAS librerías nunca llueve a pesar de que ahí enfrente se ha formado una charca que no parece tener intención de desvanecerse. Esta mañana he visto en ella una rana deslizándose sobre un nenúfar como si estuviera en un parque de atracciones, empujada por la lluvia que no deja de caer. Yo creo que la lluvia debería ser patentada por los gallegos, los únicos que sabemos de qué hablamos cuando hablamos de llover.
Me extraña que en el anuncio del supermercado que pasa de whatsapp en whatsapp en estas fechas no luzca un bonito diluvio. Se lo pude sugerir a Miguel Conde, el publicista de la famosa campaña, que ahora es novelista y acaba de presentar su tercera novela, ‘Palabras malditas’, un policial gallego con ritmo americano y protagonizado por una guardia civil que se llama Edén. Aún no la he leído, en las librerías, las novedades son como la lluvia esta temporada, una avalancha imposible de asumir, pero necesarias para fertilizar la existencia.
En el coloquio, al final de la charla donde participaban un entrenador de baloncesto y un presentador de televisión, un conocido empresario contó que hubo un tiempo donde tuvo un director de márquetin que un día le confesó que escribía por las noches. Era muy hiperbólico, dijo sonriendo. Ahora también lo es, pero vendiendo, dije yo, sentada en mi taburete, desde donde contemplo la vida desplegada en una conversación que a veces se convierte en magia entre los autores y los lectores.
La lectura, que es algo tan individual, se convierte en un acto compartido. Quizás eso influye en que las librerías sigan existiendo y mientras la fisonomía de las calles van cambiando y aparecen las tiendas de mascotas, los estudios de tatuajes, los gimnasios, las clínicas dentales que van sustituyendo a otros negocios que fueron desapareciendo del pie de acera, las librerías resisten en el trazado de las ciudades, siguen formando parte de la memoria emocional de los vecinos, son pequeños lugares de placer y de refugio, espacios donde se juntan el pasado y el presente, donde se mezcla lo que somos y los que soñamos ser. Las librerías son lugares donde nunca llueve.
Eso le contesto, sobre la marcha, a un periodista que me pregunta bolígrafo en ristre, ¿por qué las librerías no mueren? Como si yo, que dudo de todo, tuviera la menor idea.