Opinión

Mujeres solas

En el paraíso es difícil colocar el realismo sucio, pero hasta el estado de bienestar tiene resquicios, empezando por la palabra bienestar

E EN C. YA es verano, ese agradable que llega antes que los turistas. El océano penetra en la bahía tranquilo y verde y los pájaros cantan al ritmo de las sierras eléctricas. Aquí siempre hay una casa en obras. Quizás este lugar se ha puesto de moda.

Me he llevado el ordenador al bar del puerto, por si me llegaba la inspiración en cualquier momento, pero no lo he sacado de su bolsa. He pedido un té y he obviado las miradas furtivas que provoca casi siempre una mujer sola que no esconde su soledad. Tampoco es que la enarbole como una bandera, simplemente me apetece sentarme en un bar e ignorar que en los pueblos de playa lo que se lleva es la vida social.

Quizás esta noche lea el libro de Tatako Takahashi que tengo por ahí, ese que reúne varios relatos bajo el título Mujeres Solas. Los japoneses de soledad saben mucho, y eso que viven apretujados entre millones de congéneres en esas ciudades modernísimas e inmensas. La soledad se siente mucho más así, rodeada de personas que pasan a tu lado como hologramas.

Huele a algas y a churrasco y a piel embadurnada de crema solar. Husmeo en mi hombro para saber si es la mía. Me doy cuenta de lo extraño de mi gesto, que supongo que agudiza la rareza que desprendo. Quizás a ojos de mis vecinos de mesa parezca una de esos desocupados que cada mediodía se toman la chiquita y cada tarde regresan a por otra. Alguno de ellos tiene aspecto de ‘marginal’, aunque no sé muy bien qué significa esto, pero supongo que estás fuera del margen cuando te pasas por el forro el capitalismo y vives tranquilamente con una pensión no contributiva. Ole por ellos. Llevan la ropa muy usada y arrugas en el rostro que no les corresponden. Me entretengo inventándoles un pasado terrible, un paso por la cárcel o un naufragio en las aguas del Mar del Norte. Podrían pasar por personajes de novela de Donald Ray Pollock, aunque supongo que no viven en una roulotte en las orillas del vertedero.

En el paraíso es difícil colocar el realismo sucio, pero hasta el estado de bienestar tiene resquicios, empezando por la palabra bienestar, que no acaba nunca de llenarse del todo.

Sea lo que sea, ayuda estar cerca del mar.

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