Opinión

El mundo se derrumba y yo leo novelas de amor

Perderse es un diario de a bordo de la pasión, que casi siempre es un sinsentido que nos tiene entre el éxtasis y el llanto

LAS TROPAS se despliegan, los barcos se hunden, los adolescentes disparan, los ancianos mueren solos, las infantas se separan, las celebrities se visten de gala, las elecciones se ganan y se pierden al mismo tiempo, como si saliera a pasear el gato de Schrödinger, los cuerpos de los marineros se pierden en el mar, el planeta se calienta, la gasolina sube, los embajadores se ausentan, en Ucrania ya nadie tiene esperanza, las niñas aparecen muertas en nombre del amor, los partidos se despedazan, los bares nocturnos abren, las caras se descubren, la democracia muere a golpe de misil, las mujeres vuelven a usar el rouge, la futura reina se enamora por primera vez, la ultraderecha avanza, los niños palestinos mueren de cáncer, los antivacunas colapsan fronteras, los belgas trabajarán cuatro días, Saber y ganar cumple veinticinco años, los escritores gallegos triunfan en España, vuelven las telenovelas y las hombreras, en Génova brillan las espadas como en una canción de Mecano, cruz de navajas por una mujer, los hermanos hacen contratos, el mundo se derrumba y yo leo novelas de amor.

A Annie Ernaux su romance con un joven miembro de la KGB le valió para escribir dos novelas. Hay que tener su talento para convertir el enamoramiento irracional en literatura, para tamizar la vida y hacer un relato universal de lo particular, aunque quizás la excelencia viene de lo contrario. Lo que funciona es la ausencia de velos, de disimulos, es su manera de mostrarse sin sucumbir a la tentación de dar una mejor versión de sí misma.

Perderse es un diario de a bordo de la pasión, que casi siempre es un sinsentido que nos tiene entre el éxtasis y el llanto, sobre todo si a tu amante lo ves acompañado de su mujer en las fiestas de una embajada en París más que en tu cama.

En un momento la narradora, Annie, dice que su affaire con aquel hombre, por el que vivió un año entre la belleza y la desesperación, entre la espera y el frenesí, era tan bello como una novela rusa.

Se ve que los rusos son buenos para la literatura, para la guerra y para el amor. Lástima no quiten algo de esa ecuación.

Comentarios