Opinión

Postales a destiempo

EL AVIÓN planea suave sobre un mar de nubes. Más abajo estará el otro, el de verdad, pero prefiero este, blanco y acogedor. Tormentito duerme sobre mi hombro, el pasaje, exiguo, va en silencio, lee, dormita o escucha música o irán pensando en sus cosas, quizás más ingrávidas gracias a la altitud y la liviandad de los viajes. Los pensamientos de cada cual siempre son un misterio, a veces intentamos compartirlos con alguien, aunque siempre son una versión reducida, aproximada, corregida. Yo escribo en mi libreta palabras vacías sin mucho sentido, intentando que me cubra el estilo, que las frases sean sonoras y musicales y silabeen como sonajeros en tu oído. Quizás estaríamos contentos si nuestro nombre cantase un instante en el cerebro de alguien.

Preferiría tener algo que decir, pero no se me ocurre y tengo que cumplir con mis entregas y liberarme de los compromisos en cuanto llegue al aeropuerto de Gatwick. Una vez allí tendré que comprar otro billete de tren porque el que llevo es para llegar a Londres desde Heathrow. Es típico de mí no enterarme de nada, ni siquiera a qué aeropuerto llego y tirar treinta euros antes de pisar el suelo de nuestro destino. Me gustaría una versión de mí misma que no cometiera errores constantemente. Me lo tomo con calma y lo acepto, como acepto el pelo blanco, intentando disimularlo y ya. A mi lado se desesperan o se ríen de mis torpezas.

No tardamos nada en aterrizar, pasar los controles pos-Brexit, comprar unos billetes y ya estamos sentadas en un vagón de tren abarrotado con destino a Victoria Station. El cielo está oscuro y nosotras estamos contentas y la efigie de la reina está por todas partes celebrando sus setenta años de reinado. Cuando yo mande esto al periódico, Isabel habrá muerto y el país entero la estará llorando, pero ya sabes, me gusta ir a destiempo y perderme en anacronismos, como este hotel al que llegamos.

Lo escogí por sus fantasmas. En él se encontraba el príncipe Eduardo con su amante, Lillie Langtry. Dicen que lo mandó construir para ella, pero creo que regalárselo, no se lo regaló, quizás porque sabía que por muy regio que fuera, ella tenía muchos más individuos que atender. Seguramente a alguno lo amó de verdad. Era hermosísima y algo más, supongo. La pintaron todos los artistas de la época y la amaron, o desearon, ¿acaso hay diferencia? hombres ricos y poderosos. Fue amiga de Óscar Wilde y se hizo actriz por sugerencia suya. Bella, poderosa, sufragista, era de esas personas que parecen tener veinte vidas. Me gustaría ver el retrato que le hizo Millais, pero para eso esta postal debería llegarte desde otro lugar.

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