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Votar por votar

NI SIQUIERA tengo una explicación que darme, por muy tonta que fuera. Es de esas cosas que haces sin pensarlas mucho, sin darles importancia, pero poco a poco las vas asumiendo como un compromiso y al final acaban pesándote como una obligación, sin saber cómo deshacerte de ellas, como hacerte socio de Acnur o tener un hijo. Un momento de debilidad y ¡hala, cojito para toda la vida!, como lamentaba el hombre que plantó en aquel bancal José Luis Cuerda.

Con lo mal que llevo yo, además, lo de las obligaciones. Porque esto va con cada uno, no es ni bueno ni malo, hay gente que cumple con su obligación con una prontitud y una disciplina que da gusto mandarle y otra que vive a regañadientes. Yo, lo reconozco, soy todo dejadez. Y no es por no hacerlo, que si tengo que hacerlo lo hago, a lo mejor es solo por tocar las narices, por forzar. Porque es mi obligación.

Por eso no acabo de explicarme cómo asumí esta de la que hablo, porque mandarme no me mandó nadie ni nadie me exige, pero el caso es que desde que comencé a escribir esta homilía dominical la he dedicado a animar a los lectores a ir a votar cada vez que su publicación ha coincidido con unas elecciones, fueran del ámbito que fueran. Y ya van unos cuantos domingos, el último el pasado 20 de diciembre.

Un momento de debilidad y ¡hala, cojito para toda la vida!, como lamentaba el hombre que plantó aquel bancal José Luis Cuerda


Tampoco es que me hubiera costado gran trabajo hasta el momento, argumentos sobran y si no me los invento, en eso consisten los artículos de opinión. La cosa es que no me había planteado esta obligación tan absurda que en algún momento decidí asumir, quién sabe si hasta por compromiso social o alguna tontería de ese tipo que me sirviera como justificación circunstancial, hasta ahora, hasta justo estas elecciones. Será porque a estas alturas de párrafo ni siquiera yo ando muy sobrado de argumentos para convencerme y poco puedo inventar que no haya sido tristemente superado ya por nuestra realidad política.

La única ventaja en esta ocasión es que ya venimos todos reflexionados de casa. Llevamos seis meses de reflexión en los que parece que los únicos que no han tenido tiempo de pensarlo bien son los candidatos. Hay que tener mucho cuajo para volver con la misma los mismos que en todos estos meses no han sido capaces de cumplir con su obligación, con el mandato que les marcamos todos los votantes. Tenemos que volver a examinarnos todos cuando los únicos que han suspendido han sido ellos. Lo que me pide el cuerpo es mandarlos directamente a tomar la urna.

No va a vivir hoy el país nada muy diferente en su origen de lo que acaban de vivir los británicos con su referéndum convertido en hecatombe. En ambos casos, se trata de consultas que no se han convocado para arreglar los problemas de la gente, sino para ocultar la incapacidad de los dirigentes. Fue la debilidad de Cameron en su guerra interna por el control del partido conservador británico el motivo principal de la convocatoria del referéndum que ha desembocado en el Brexit. Del mismo modo que en España han sido los cálculos internos de los partidos y los egos de unos líderes preocupados solo de su propia supervivencia lo que nos ha traído hasta aquí. Da rabia pensar que unas elecciones en las que España se juega tanto tengan tan poco que ver con los problemas de los españoles.

No nos queda mucho más, meter el sobre en la urna como si le estuviéramos metiendo una puñalada trapera, a mala fe


Precisamente por eso, porque no hay nada que les preocupe más que su propia supervivencia, quiero pensar que esta vez será diferente. Que aunque los resultados sean similares a los del pasado diciembre, la gestión que de ellos hagan no podrá ser la misma. No ya por sentido de la responsabilidad, sino porque esos mismos líderes que no han sido capaces de encontrar unos acuerdos son conscientes de que no hacerlo ahora significaría su propio suicidio político. No tienen más oportunidades, ninguno de ellos.

Supongo que, llegados a este punto, tampoco es ese un mal motivo para armarse de paciencia y volver a votar a hoy. Aunque solo sea por verles las caras si se confirma la circunstancia que apuntan las encuestas y el resultado es similar al de las pasadas elecciones. Es verdad que las encuestas se han convertido últimamente en las escopetas de feria de la sociología y que tienen la misma fiabilidad que las predicciones de los economistas, pero si por una casualidad aciertan, nos vamos a reír. Aunque solo sea por no llorar.

Espero que los resultados los acorralen, que sean una emboscada en la que ya no les sirvan las escapatorias y las excusas de malos pagadores que ellos han transformado en argumentario de partido, como si esas simplezas pudieran hacernos olvidar el insulto, la falta de respeto a la voluntad ciudadana democráticamente expresada que supone esta nueva convocatoria electoral. No, no hemos sido nosotros los que nos hemos equivocado. O quizás sí, al confiar en ellos como las personas adecuadas para dirigir el país en un momento en el que está en juego mucho más que una legislatura. Pero ahora lo sabemos y, lo que es más importante, ellos lo saben: no hay más urnas tras las que esconderse.

No nos queda mucho más, meter el sobre en la urna como si les estuviéramos metiendo una puñalada trapera, a mala fe. Que más que un voto sea un grito, un puñetazo en la mesa, cada uno en la que quiera. La manera de decirles que nos traen sin cuidado sus líos partidistas, sus egos, sus simpatías personales o sus problemas de cama, que bastante tenemos con los nuestros. Y que son nuestros empleados, que somos los jefes y que como prueba tenemos los votos, aunque solo sea por hoy.

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