Blog | Crónicas y perfiles

La catalepsia y otras historias de 'ultratumba'

Un estado que se confundía en multitud de ocasiones con la muerte real y aterrorizó a muchas generaciones de pontevedreses. Una época en que la catalepsia y el magnetismo estaban de moda como espectáculo

Cementerio de Santa Mariña de Dozo, en Cambados. JOSÉ LUIZ OUBIÑA
photo_camera Cementerio de Santa Mariña de Dozo, en Cambados. JOSÉ LUIZ OUBIÑA

"¿Qué voz, qué ley, qué forza/sacude a catalepsia/do corazón dormido/e puxante ó desperta", versos de Urbano González Varela en 1897.

El caso más conocido de catalepsia podría ser el que narra la Biblia sobre la muerte de Lázaro cuando Jesús le dijo a sus discípulos: "Nuestro amigo Lázaro duerme; más voy para despertarle". Este hecho considerado milagro pasó a ser materia de la ciencia médica en el siglo XIX y en vez de milagro se llamó catalepsia. Se caracteriza por rigidez corporal, la falta de respuesta ante estímulos, pulso y respiración imperceptible y la palidez de la piel. Un estado que producía un miedo atávico ya que en los cementerios aparecían ataúdes arañados causando el estupor de la gente. La duda se cierne sobre la verdadera muerte de Santa Teresa de Jesús, cuando en el convento de la Encarnación, la creyeron muerta y prepararon su sepultura y entierro, pero su padre se negó a enterrarla durante cuatro días, por sus antecedentes de "desmayada en toda hora, agonizante en espasmos locos", al final de los cuales volvió a la vida. Con dichos antecedentes el 4 de octubre de 1582 se creyó definitivamente muerta y se enterró sólo doce horas después de su muerte, como era costumbre.

A principios del siglo pasado las noticias sobre los muertos vivientes a nivel nacional e internacional se sucedían con frecuencia en la prensa. En 1904 un rico filántropo francés, el médico M. Gilbert, dejó a su notario a cargo de unas indicaciones testamentarias en caso de fallecimiento: "Deseo ser enterrado cuando mi cadáver entre en descomposición, porque tengo un miedo horrible a la catalepsia". Dos médicos reconocerían el cuerpo hasta que éste presentase síntomas de descomposición, el asunto es que quince días después de su muerte el cuerpo permanecía incorrupto para desconcierto de los médicos.

El caso más antiguo de un resucitado en Pontevedra lo relata Juan de Villafañe en 1726. Un hecho prodigioso sucedido en A Franqueira, una pequeña población de Pontevedra entre Ponteareas y A Cañiza. Allí todavía existe un santuario que preside la imagen milagrosa de Nosa Señora da Fonte, conocida como 'o da Franqueira'. El nombre proviene de Franco por encontrarse en la ruta del Camiño de Santiago y esta talla mariana es una de las más antiguas de Galicia. Relata Villafañe el caso de la muerte de un hombre casado en la Villa de Pontevedra después de padecer una enfermedad. Su mujer lo amortajó para darle sepultura, no sin antes pedirle a la Virgen, de la que era muy devota, que devolviera a la vida a su marido, y "así a vista de los presentes resucitó, con admiración y pasmo de todos y quedó bueno y sano, pudiendo ir con su mujer al Templo de esta piadosa Señora, a tributarla las debidas gracias... ".

El 'fakirismo', y los estados de sugestión y catalepsia eran muy demandados en diversas celebraciones. Allá por el año 1933, un espectáculo atrajo la atención de los aficionados en el estadio de Pasarón. Jugaban un partido el Unión Sporting y Fariña y amenizaron el encuentro el profesor Macías y la Mujer Fakir, cuyo nombre verdadero era Lolita Ferreño. Lolita entró en trance hasta llegar a un estado de catalepsia, momento en el que Macías la metió en un ataúd que cubrieron con metro y medio de tierra. El partido transcurrió sin incidentes y al finalizar desenterraron a la Mujer Fakir 'en excelente estado'. En 1883 en el Teatro-Circo el Dr. May y la 'estática' Emma Zanardelli, a la que inducía mediante magnetismo, catalepsia e hipnotismo al sueño magnético del abandono de sus sentidos.

En 1903 se mantuvo durante días el cuerpo de una mujer muy conocida en la capilla de San Mauro ante el temor de que fuera un caso de catalepsia porque presentaba el rostro buen color y no se notaba señal alguna de descomposición. Mucha gente se acercó durante días a la capilla para ver el cadáver, que estuvo velado en todo momento por la familia.

Para saber si la persona estaba muerta y no confundirlo con una catalepsia algunos médicos en Galicia colocaban un papel tornasol sobre los labios, otro encima de la nariz y sobre un ojo. Si las tiras cambiaban de color la persona estaba muerta, pero si no lo hacían la duda persistía. Se generó un estado de histeria y a menudo los médicos se negaban a firmar los partes de defunción y los jueces exhumaban cadáveres en base a rumores.

En Viana (Ourense) se documentó otro caso de una mujer víctima de un ataque de catalepsia y "permaneció en dicho estado por espacio de cinco días, durante los cuales fue muy visitada la casa de la enferma... ".

Otro caso curioso en el camposanto de nuestra ciudad es el de 'el ataúd sin nombre' de San Mauro. Bajo el título de 'Suceso en Mourente', el Diario de Pontevedra ofrecía a sus lectores una extraña noticia en 1912. En un panteón del cementerio apareció un buen día un ataúd sin dueño. Enseguida los rumores corrieron como la pólvora y entre ellos el de que se habría producido un crimen cuya víctima se hallaría en el interior del féretro. Se armó tanto revuelo que el juez Giráldez se desplazó al camposanto con los médicos Pelayo Rubido y López de Castro para inspeccionar el panteón, pero cuando llegaron el ataúd había desaparecido.

Después de las pertinentes investigaciones llegaron hasta el individuo que había transportado dicho ataúd. El hombre declaró que pocos días antes su sobrino de dos años había fallecido a causa de una meningitis en Montecelo y su tío se encargó de enterrar al niño con el mínimo de gastos: "Yo me encargaré de todo, dijo a los padres, para que el entierro resulte lo más barato posible". Cuando llegó al cementerio portando la caja, que era azul, no encontró al enterrador y la dejó en la puerta del recinto. Cuando consiguió hablar con el enterrador, que era Manuel Castro Silva, le pidió que acomodase al pequeño en donde pudiese y lo hizo en un panteón. Cuando el propietario del panteón se enteró de la jugada amenazó con poner una denuncia y el enterrador decidió sacar el ataúd de dicho panteón y abrir otro para dejar al niño pero esta vez sellando la lápida. Todo se resolvió cuando llegó el juez, que tomó declaración al enterrador para después ponerlo en libertad con cargos. 

Comentarios