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El crimen de Camposancos

UN SIETE de enero de de 1902 Manuel Lorenzo y Manuel Vicente encuentran un cuerpo degollado en Portiño de Mazaracos cerca del antiguo matadero municipal de A Guarda. La autopsia determina que el crimen fue cometido seis días antes y que “el cadáver apareció en el mar, entre las algas con dos grandes cortes en el cuello”. “En el Matadero Municipal se enterraban las vísceras dentro de una finca del propio Matadero y la sangre salía por un canal de desagüe directamente al mar en Portiño del Ollo Mariño, donde había un cetárea de mariscos”. Se firma el acta de defunción al día siguiente y el cuerpo es identificado como de Juan Carrero de cuarenta y dos años. Encuentran un cuchillo y unos frascos de veneno.

Juan Florentino Carrero Alonso, natural de Camposancos, era hijo de Antonio Carrero y Basilia Alonso y “el referido finado estaba casado” con Carolina Lago de veinticuatro años, de oficio tablajera, que es el nombre tradicional que se daba a los vendedores de diversos artículos alimenticios en los mercados, en este caso en la calle Colón, y arrendado anualmente al Concello. Juan Florentino dejaba “como hijos á Laureano, ausente en el Brasil, Elisa, Manuel, María, Marcolina y Josefina Carrero Lago, estos últimos viven con su madre”.

El finado había viajado tres veces a Brasil para trabajar y allí había pasado hasta ocho años. En su ausencia Carolina “entró en relación ilícita con un tal Ángel Pérez”, de oficio matarife que trabajaba con ella, y posteriormente con José Carreira soltero, de veinticuatro años tablajero también, natural de Angoares, en Ponteareas.

Inmediatamente después de la aparición del cadáver, Carolina es acusada de parricidio y se da la orden al Comandante del Puesto de la Guardia Civil de esta Villa de detener también a José Carreira y Ángel Pérez.

Durante el juicio quedó claro que Carolina, que estaba decidida a acabar con la vida de su esposo, encarga a Antonia Vicente el envenenamiento de su marido y sugiere “dar al interfecto un cuartillo de vino mezclando en esa bebida una sustancia venenosa para que se volviera loco”, por veinte duros. Pero Carolina mantenía que era la propia Antonia la interesada en envenenarlo. También propuso en su propia casa al hermano de su marido Ángel Carrera el asesinato de su hermano a cambio de 6.000 reales. A José Lastre le ofreció otros 6.000 reales a través de la madre de su amante José Carreira, que durante la vista incurrió en numerosas contradicciones de modo que el Fiscal pidió la lectura de sus anteriores declaraciones. No contenta con esto, Carolina siguió su periplo porque también se la acusaba de ofrecer 30 duros a Ángel Pérez, su primer amante, para “hacer desaparecer a su marido” por cualquier otro medio, cosa que el señalado “negó con energía”. Leopoldo Lago declaró que Carolina “no quería matar a su marido, sólo volverlo loco” y le había ofrecido 50 duros y un frasco con veneno para llevar a cabo su plan. A Antonio Bernárdez le ofreció 100 duros si le daba a beber la pócima ponzoñosa, pero Antonio horrorizado fue a contárselo a su marido.

Carolina alega en su defensa el maltrato recibido durante su matrimonio y que “cuatro o cinco veces tuvo que recurrir al médico para curar la heridas y la contagió además varias enfermedades peligrosas”, que suponemos por la promiscuidad sexual de su marido. Y su favor declara Juan Antonio Fernández, que presenció cómo el finado arrastraba por los pelos a Carolina por las calles del pueblo, y en otra ocasión “le dio con un palo en un brazo porque no le daba el dinero que le pedía, y echó a correr al ser llamado por el cabo de la Guardia Civil”.

El 4 de abril de 1903 Carolina es condenada por parricidio a la pena de muerte, por la Sala da Audiencia provincial junto a su amante José, que lo es por asesinato y “á que abonen mancomunada y subsidiariamente por vía de indemnización á los herederos del finado Juan Florentino Carrero Alonso, la cantidad de 2.000 pesetas” y lo firman José Bermúdez de Castro, Ramón Villar y Miguel Lays. Carolina “salió llorando de la Audiencia rodeada de sus hijos menores que le acompañaron hasta la cárcel”.

La sentencia consternó a toda la población incluyendo a políticos y eclesiásticos que temían por el triste futuro de la numerosa prole de Carolina, por lo que promovieron el indulto de la pareja, entre otros Gabino Bugallal Araújo, conde de Bugallal, y Eugenio Montero Ríos. Y así el obispo de Sión se acercó al joven rey Alfonso XXIII, que apenas contaba dieciséis años, diciéndole: “Señor: ¿perdona VM á estos reos condenados a la última pena? Y en medio del más profundo silencio se oyó la voz clara del Rey que decía: Que Dios me perdone como yo les perdono”.

La Gaceta de Madrid recogía la noticia de que “SM el Rey (q.D.g.) en el acto solemne de la Adoración de la Cruz, el Viernes Santo, conmutó la pena de muerte impuesta á Carolina Lago y á José Carrera Pereira, por las inmediatas de reclusión y de cadena perpetua respectivamente”.

Fuentes: Hemeroteca y José A. Uris Guisantes.

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