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Fray Juan de Navarrete, el del "Cuerpo Santo"

Poco se sabe sobre el propio fray Juan de Navarrete considerado santo por una serie de milagros en vida y otros tras su muerte. Un hombre bueno, famoso por sus vehementes sermones y obras, que no dejó indiferente a nadie.

Vista actual del exterior de la iglesias. M. BARÁ
photo_camera Vista actual del exterior de la iglesias. M. BARÁ

Fray Juan de Navarrete, franciscano conocido como el del "Cuerpo Santo", nació en 1488 y residió en el convento de la Orden de San Francisco de Asís de Pontevedra, que eran frailes mendicantes que se instalaron en la ciudad en el siglo XIII. Fray Marcos de Lisboa describía a fray Juan así: "su semblante era el de un hombre muy alegre, y que mostraba una santa risa en la cara; y tenía las mejillas tan coloradas que parecían dos rosas". Eran tiempos en que la vocación eclesiástica se resumía en que en el pecho de un hombre o una mujer se encendía como una hoguera «el amor Divino» y eso es lo que le ocurrió a nuestro personaje.

Destacado predicador, el Venerable Padre Juan vivió varios años en el convento de Santa María de Jesús de Alcalá de Henares cuando llamó la atención del Arzobispo de Toledo, Alonso de Fonseca, que le instó a viajar al principado de Asturias y al reino de Galicia a predicar.

Fray Juan era un hombre preocupado porque en las iglesias "estuviesen decentísimos los Altares, con mucha limpieza y aseo", y para lograrlo "adquiría de personas ricas, y devotas muchos Palios, Thoallas, Corporales, curiosas Cajas de plata, y otras alhajas". Un hombre entregado a la oración mental, "a los rigores de una penitente vida, a los abatimientos de una profunda humildad, siendo muy ardiente su celo en la salvación de las Almas".

Una vez establecido en Pontevedra predicaba en San Bartolomé el Viejo a la vez que residía en el convento de San Francisco. Dejó una profunda huella a su paso por nuestra ciudad por detalles como el siguiente: Durante su estancia, en el año 1520, Pontevedra fue diezmada por una epidemia de peste y en uno de sus sermones dijo: "Yo os prometo de parte de Dios, que cesará la epidemia; y que por cuarenta años no la habrá en esta Villa, si se hiciese una Cofradía, en memoria de la Pasión de nuestro Redentor Jesucristo». Lo cierto es que la epidemia desapareció y muchos lo atribuyeron a un milagro producto de sus oraciones; además, la siguiente epidemia de peste no llegó a la ciudad hasta el año 1596.

En otra ocasión, estaba fray Juan predicando cuando se enfadó tanto con el canto de unas golondrinas y con las inmundicias que dejaban sobre el altar que se enojó sagradamente y les echó una maldición. Después del ruego las golondrinas ya no volvieron a entrar en el templo y las que temerosas lo hacían perdían inexplicablemente la vida.

En su peregrinar llegó hasta Portonovo lugar en el que, después de convocar al pueblo, inició un sermón en el que aseguró: "Dios me sea testigo, que uno de los que aquí estamos, morirá pasados tres días". La resolución de tal afirmación se produjo cuando abandono la ciudad con su burro que portaba el "Ornamento", el Cáliz y otras alhajas que llevaba consigo para los oficios. Fray Juan no se encontraba bien de salud porque le costó subir al pollino y lo hizo pese a que le gustaba mucho caminar. Ya en camino a Pontevedra llegó a la montaña conocida como Portela de Fabeyra y el burro tropezó con una piedra, con tal mala suerte que fray Juan se cayó al suelo y «se quebró el espinazo, quedando moribundo sobre la tierra» con el cráneo destrozado.

Un labrador que pasaba por allí lo recogió, lo traslado a su casa y llamó al cura del lugar para imponer al Venerable Juan los Santos Sacramentos. Tres días después, tal y cómo había profetizado, falleció: "Su cuerpo quedó tan fresco y oloroso, que sus fragancias se extendían á bien distante trecho de la casa de aquel devoto hombre, donde expiró", cuenta el cronista Fray Diego Álvarez.

Los fieles de Portonovo, pese a querer darle sepultura allí mismo, atendieron a las últimas súplicas de Juan para que le "diesen sepultura a su cuerpo en el Convento de nuestro Padre San Francisco de la Regular Observancia, en la Villa de Pontevedra". Prepararon dos barcas; una para trasladar el cuerpo y otra para la multitud de acompañantes que querían darle el último adiós. Durante el trayecto sucedieron tres hechos sobrenaturales que escapaban a toda lógica: alrededor de la cruz con dos palos que llevaba en el pecho el finado surgieron tres más en forma de resplandor que iluminaron la nave; el farol que iluminaba la barca se apagó de repente y con la misma se encendió solo; y, por último, mientras los pontevedreses se acercaban al puerto para recibir el cadáver sus faroles también se apagaron "sin humana diligencia" para volver a encenderse cuando el "Santo cadáver" desembarcó. Su entierro se celebró en Pontevedra con mucha pompa, con aclamación de Santo, y la multitudinaria comitiva deseosa de sus santas reliquias se arrojó sobre el cuerpo y despedazó su santo hábito.

En el lugar exacto donde se cayó Juan brotó una fuente a la que se le atribuyen propiedades curativas como así lo atestiguaron los vecinos de Pontevedra Juan y María de la Fuente porque su hija María, que estaba tullida y postrada en una cama, se recuperó y volvió a caminar. Juan de Gándara debilitado por un mal de estómago visitó la sepultura del Venerable Padre y quedó "enteramente sano, y libre de su penosa enfermedad". O el hijo de Juan Sandoval que afectado por la disentería y desahuciado por los médicos visitó también la tumba y recuperó la vitalidad y el apetito.

En el sepulcro de San Francisco se puede leer la siguiente inscripción: S. JOAN. DE NAVARRETE/NANTES MORTUUS AN. 1528/HAC IN ECCLESIA SEPULTUS EST./HUJUS RELIQUIAE HIC CONDITAE SUNT.

Talla de fray Juan que se conserva en San Francisco. M. BARÁ

Interior del templo. M. BARÁ

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