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Todos los muertos son iguales

TODOS CONOCEMOS el cementerio de Pontevedra en San Mauro, pero no todo el mundo conoce la existencia del cementerio civil anexo al religioso. Es sorprendente el abandono del recinto porque hablamos de otro culto a los muertos y por lo que se ve sólo se respeta y mantiene debidamente el religioso. Es como si "los otros" no existieran porque, por no haber, no hay casi nombres. Es triste ver que "para memoria la nuestra" que nos olvidamos de los vivos y de los muertos.

El cementerio civil más antiguo de España es el de el Real Sitio de San Ildefonso, construido en 1783 por Carlos III. En 1787 se emite una Real Cédula "por la que se prohibían los enterramientos en las iglesias, salvo para los prelados, patronos y personas del estamento religioso que estipulaba el Ritual Romano y la Novísima Recopilación". Esta orden obligaba a construir los cementerios a las afueras de las ciudades debido a los problemas de salubridad y al mal olor.

San Mauro es de titularidad municipal y se encargó el proyecto al arquitecto Alejandro Rodríguez-Sesmero en 1877, porque el de la Eiriña se quedaba pequeño, y se compra el terreno a Plácido Fernández. El Concello acomete esas mismas fechas las obras de "una plaza de abastos, la terminación del teatro en obras desde 1843 sobre el solar de la antigua iglesia de San Bartolomé, la mejora de los servicios higiénicos, las reformas de calles del casco viejo, el ensanche del campo de la feria, o el ajardinamiento y ampliación de la Alameda, todo ello aprovechando fondos ahorrados en años anteriores y que ascendían a 25.000 ptas".

El cementerio se termina en marzo y se inaugura el 1 de octubre de 1882. El civil estaba dentro del recinto, en proyecto "rodeado de una sencilla verja de hierro o por medo de rosales o cualquier otra planta o arbusto que se considere a propósito", tenía la entrada por una verja en el lateral y estaba separado del católico por una tapia. Allí se enterraron a los suicidas, represaliados, fusilados, ateos, masones, republicanos, en resumen los no católicos o considerados como tales. Pero a la vista casi no hay nombres salvo dos panteones de la familia Poza y Adrio. Uno de ellos, de Celestino Poza Cobas que era republicano, diputado en cortes del frente Popular por izquierda republicana, ateo y masón, que sí mantiene la lápida con el nombre. También están enterrados allí, según me dicen, Muruais, Armesto y Pintos. Sé que está el fotógrafo Francisco Zagala por expreso deseo del mismo, pero no he visto su lápida.

En aquellos tiempos el cura era el que abría la verja y se dieron casos en los que se negó a hacerlo para algún entierro. Me comentan que a los fusilados de la dictadura "los tiraban por encima de la tapia para que cayeran dentro del recinto". Había dos fosas comunes de la que sólo queda una sin señalizar. A finales de los años setenta el Concello acuerda ampliar el cementerio católico y trasladan los restos de la fosa común al osario, así que sólo queda una fosa entrando a la derecha. Lo sorprendente (y vergonzoso) es que no haya ninguna indicación sobre que está allí, porque si hablamos de Memoria Histórica pues empecemos por nuestro cementerio civil en el que hay personas muy conocidas y otras poco conocidas ocultas y literalmente sepultada su memoria bajo tierra. Por suerte la Fundación Alexandre Bóveda prepara, para los próximos meses, un acto en memoria de los enterrados en esta parte olvidada del cementerio.

Fuentes: “Alejandro Rodríguez-Sesmero”, de Francisco José Portela Sandoval; Medicinas no Convencionales y Constitución Española”, de Pablo Acosta Gallo; “Asilos de la muerte. Higiene, sanidad y arquitectura en los cementerios gallegos del Siglo XIX”, de Francisco J. Durán Villa y otros; “Historia de la ciudad de Pontevedra”, de Xosé Fortes, Isidro Caballería y Gonzalo Adrio.

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