Opinión

Autonomía y República

HACE TRES semanas diserté en esta misma sección sobre la Guerra de Sucesión española, que acabó con el asalto final de Barcelona por parte de las tropas del nuevo rey de España, el borbón Felipe V, el 11 de septiembre de 1714. Esta fecha histórica para el independentismo catalán, como se expuso, alimenta de épica —real o ficticia— su actual discurso soberanista. Ahora la retrospección será hasta el siglo pasado, en los albores de la república, pero antes un pequeño inciso, a modo de 'statutum interruptus': la Mancomunidad de Cataluña incluso llegó a presentar ante las Cortes de Alfonso XIII un proyecto de Estatuto que ni siquiera se llegó a discutir por la negativa del gobierno del conde de Romanones y de los partidos de turno. Este se enmarcaba en la campaña autonomista catalana de 1918-1919, que ya barruntaba lo que se plasmó después.

Y después fue el 14 de abril de 1931, cuando quedó proclamada la Segunda República española, motivada por el enorme desgaste de la monarquía en los años previos. El primer lugar en el que se proclamó fue Eibar, luego en Barcelona, y finalmente en Madrid, cuando el Comité Revolucionario asumió el poder. En palabras del escritor y político Salvador de Madariaga, "España, en aquellos primeros días esplendorosos de la República, estaba rebosante de alegría —una alegría espontánea, como la de la naturaleza en primavera—. La revolución había sido tan limpia, tan sin tacha, tan pura de todos esos excesos que con demasiada frecuencia empañan los momentos dramáticos de la historia humana, tan libre de toda intervención militar, tan clara expresión de una opinión pública sin asomo de violencia...."

15sep_Estatut
 EL PACTO DE SAN SEBASTIÁN
En este ambiente de dicha para casi todos, el Comité Revolucionario accedió al gobierno provisional con diversos problemas que afrontar y con una hoja de ruta definida: seguir las directrices del Pacto de San Sebastián, celebrado el 17 de agosto de 1930. Según expone el jurista, político y escritor Francesc de Carreras en su artículo El ensayo fallido del Estatuto de Nuria, esta sería la fecha del origen del Estatuto de Cataluña, ya que en la capital donostiarra las fuerzas políticas republicanas de toda España habían llegado a un acuerdo con los tres partidos catalanes presentes en la reunión. En dicho pacto, la futura república española debía garantizar la autonomía de Cataluña mediante un Estatuto elaborado por los representantes políticos catalanes, ratificado por referéndum de los ciudadanos de Cataluña y aprobado posteriormente por el Parlamento republicano.

El Comité Revolucionario tuvo que tratar de urgencia el delicado asunto catalán cuando Francesc Macià —entonces miembro de la recién nacida ERC—, dos horas antes de la declaración de la República en Madrid aquel 14 de abril, decidió proclamar en Barcelona el Estat Catalá. Desde el balcón del futuro palacio de la Generalitat afirmó que "con toda cordialidad intentaremos integrar en la Federación de Repúblicas Ibéricas el nuevo Estado Catalán". El gran e inesperado inconveniente fue resuelto con la aplicación de una autonomía provisional para Cataluña, hasta que las Cortes aprobasen el Estatuto definitivo. Y ciertamente así fue.

El santuario de Nuria fue el lugar escogido para que la comisión nombrada por la Diputación Provisional de la Generalitat redactara el Anteproyecto del Estatuto de Autonomía de Cataluña. Confeccionado en tiempo récord, fue aprobado por la Diputación Provisional y sometido a referéndum a principios de agosto. El 99% de los hombres catalanes lo ratificaron, con una participación en torno al 75% del censo. Hago hincapié en que las mujeres no pudieron votar, pero cientos de miles enviaron sus firmas mostrando su adhesión. Macià le entrego el texto ‘definitivo’ a Niceto Alcalá Zamora, presidente del Gobierno Provisional, para que lo presentara ante las Cortes Constituyentes.

El Estatuto de Nuria tenía un carácter federal clásico, como explica De Carreras, en el que Cataluña se constituía en Estado autónomo dentro de la República española. Entre otras muchas cosas, instauraba el catalán como única lengua, abría la posibilidad de incorporar otros territorios a Cataluña e incluso creaba una ciudadanía propia, con sus derechos y deberes. Era un Estatuto de máximos, en el que las autoridades catalanas argumentaron que el Pacto de San Sebastián reconocía su derecho de autodeterminación, ante el creciente recelo de políticos y opinión pública frente a tales aspiraciones.

¿Qué pasó en las Cortes, en las que tenía mayoría la coalición republicano-socialista, que ya ostentaba el poder, tras obtener un claro triunfo en las elecciones celebradas el 28 de junio de 1932?

El Estatuto de Nuria fue modificado a fondo durante su tramitación parlamentaria en Madrid, ya que desaparecieron las referencias a la autodeterminación, quedando como única alusión a este tema que "Cataluña se constituye como región autónoma dentro del Estado español". Además, se pasó a un régimen de cooficialidad entre el español y el castellano. Los impuestos directos continuaron siendo competencia exclusiva del Estado, lo que limitó considerablemente la hacienda catalana, que debía financiarse con ingresos propios. Sin embargo, se otorgaron amplias competencias a Cataluña, que tendría un govern y un Parlament propios, lo que le permitiría legislar sobre sus atribuciones exclusivas, como el derecho civil catalán, el orden público, las obras públicas que no fueran de interés general, la enseñanza primaria y secundaria. Inclusive tenía la facultad de crear escuelas y una universidad propia donde se podría emplear tanto la lengua castellana como la catalana.

Tras meses de mosqueos y debates, de comisiones y regateos, pese a las muchas voces críticas —con Unamuno y Ortega a la cabeza— y a la enajenada sublevación del general Sanjurjo ese verano... el Estatuto de Nuria fue aprobado el 15 de septiembre de 1932 por 318 votos a favor y 19 en contra. ¡Ahí es nada! Era menos de lo que los nacionalistas habrían deseado, sí, pero el texto pareció satisfacer a todos, entre ellos el entusiasmado Manuel Azaña, presidente de la República.

El Estatuto vivió unas únicas elecciones al Parlament, celebradas el 20 de noviembre, en donde ERC obtuvo mayoría absoluta. Al president de la Generalitat Francesc Macià, muerto de apendicitis en diciembre de 1933, le sucedió en el cargo su compañero de partido Lluís Companys, que habría de ‘bailar con la más fea’.
 
EL BIENIO RADICAL
Los resultados de las elecciones generales de noviembre de 1933 alteraron hondamente el panorama político y parlamentario de España. Los partidos republicanos y de izquierda sufrieron una clara derrota, lo que propició la llegada al poder de los radicales, con el apoyo parlamentario de la CEDA (partido de derechas dirigido por Gil Robles). El nuevo gobierno rectificó o anuló algunas de las reformas del período de Azaña y, consecuentemente, empezaron los enfrentamientos con múltiples entes, entre ellos la autonomía catalana.

En octubre de 1934, el presidente radical Lerroux dio entrada a su gobierno a tres ministros de la CEDA, lo que propició el estallido de lo que se conoce como «revolución de octubre». En Cataluña, el detonante de la insurrección estuvo en la discrepancia entre la Generalitat y el gobierno central por la Ley de Contratos de Cultivo. Esta norma favorecía la posición de los jornaleros de las comarcas vitícolas. Los propietarios, apoyados por la Lliga Catalana, boicotearon la ley, impugnando la competencia del Parlament catalán para aprobarla, lo que disparó las ansias independentistas.
 
EL ESTAT CATALÁ, OTRA VEZ
Lluís Companys proclamó el 6 de octubre el Estat Catalá dentro de la República Federal Española. Esta rebelión de la Generalitat no recibió el apoyo anarco-sindicalista y fracasó, fue reprimida por el general Batet y el gobierno central suspendió el Estatuto de Cataluña y encarceló a todos sus dirigentes, excepto al consejero de la Gobernación Josep Dençàs, que «huyó por las alcantarillas», según las crónicas de la época.

El Estatuto no se pondría de nuevo en vigor hasta 1936, tras la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero; además, fue restaurada la Generalitat con Lluís Companys como president. Y al poco... llegó la contienda.

Durante la Guerra Civil todo se colapsó, la Generalitat incumplió la Constitución y su propio Estatuto al asumir competencias que no le correspondían —emisión de moneda, control de fronteras, incluso la creación de un ejército...—, ante la impotencia del caótico gobierno central. En este contexto belicoso, los desencuentros y conflictos entre ambas administraciones fueron frecuentes, en especial por el control de las atribuciones en Defensa. Una grave crisis se abrió en el verano de 1938, cuando el gobierno de Negrín nacionalizó las industrias bélicas, muchas de ellas ubicadas en Cataluña y bajo control de la Generalitat desde el inicio del conflicto.

La derogación definitiva del Estatuto de Nuria —"en mala hora concebido", según palabras del propio Franco— se produjo el 5 de abril de 1938, nada más ocupar Lleida las tropas franquistas. El ‘Generalísimo’ cumplía así con su compromiso: "Una sola lengua, el castellano, y una sola personalidad, la española". Pero... ¿qué fue de Companys?

El periodista Enric Company, en un estupendo artículo titulado ‘Franco fusila a Companys en Montjuïc’ hace un minucioso recorrido de las peripecias del dirigente catalán: su huida a Francia, la detención y posterior entrega a Franco por parte de los alemanes y el consejo de guerra sumarísimo que ordenó su fusilamiento. La ejecución de Companys se llevó a cabo la madrugada del 15 de octubre de 1940.

Existen testimonios, relata Company, que dan fe de cómo fue maltratado y vejado el expresident —"Le han dejado el cuerpo como a un Santo Cristo", diría su hermana Ramona—. Odio en estado puro. ¿Se dan cuenta del cúmulo de paralelismos que existen entre lo que sucedió entonces y lo que acontece ahora? Incluso podríamos armonizar personas de ambas épocas. Pero sobre esto  departiremos otro día. Les emplazo a leer la última parte de esta especie de 'trilogía' sobre el nacionalismo en Cataluña. Con todo lo bueno. Con todo lo malo. 

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