Opinión

El investigador incansable

"Pegado siempre a su ordenador, visitante asiduo al Archivo Nacional, era una fuente enorme de conocimientos y una persona siempre dispuesta a compartirlos, a colaborar con los medios de comunicación, a tener una conversación o a hacerse con un hueco en el café para tener una tertulia"
José Antonio Durán JCERVERA_019
photo_camera José Antonio Durán. J. CERVERA

“¡Académico, afónico, obstáculo!”, gritaba él entrando por la puerta con una sonrisa en la boca. “¡Milímetro, célula, océano!”, respondía yo raudo al desafío que mi tío planteaba siempre que llegaba de Madrid. Porque jugar a las palabras esdrújulas significaba que el tío Toño (y con él mi tía y mis primos) estaba de visita. Esa era la señal de que el hermano de mi padre y su familia habían cambiado la capital -donde residían- por Pontevedra, Bueu o Rianxo, sus domicilios lejos de la meseta.

Era un acontecimiento para mí cada vez que venían. Para un niño de la perifeira estatal de los ochenta, tener a una parte de la familia en Madrid era algo de lo que presumir. Ante los amigos se hinchaba uno el pecho contando que los primos residían en la metrópolis que salía en la tele. “Oye, que han venido los primos de Pablo de Madrid”, repetían mis vecinos de Cela antes de aparecer por casa dispuestos a saborear la novedad.

Para mí, de pequeño, José Antonio Durán no era más que el tío Toño. Sabía que aquel adulto que roncaba a dúo con mi padre en las siestas veraniegas escribía libros. Sabía que organizó una exposición sobre Castelao en el Jardín Botánico de Madrid, evento del que solo quedó un póster en mi habitación, un viaje infernal a la capital y un día de calor entre plantas y paneles llenos de fotos y letras en mi memoria.

Empecé a darme cuenta de su relevancia en el mundo cultural de la Galicia postdictadura cuando descubrí que aparecía en un tomo de la Enciclopedia Gallega. Con los ojos como platos y la emoción de ir a presumir de nuevo ante los amigos, el niño que era supo aquel día que su tío era especial por algo más que haber jugado en el Teucro de portero y ser el hijo de mi abuela Evangelina.

Con el paso del tiempo, el crecimiento personal y las ganas de saber cuál es tu entorno cercano, descubrí que el tío Toño había sido uno de los primeros estudiosos del movimiento agrario en Galicia, uno de los mejores conocedores de la figura de Basilio Álvarez, que había hecho un estudio profundo sobre la estructura económica de Galicia en dos tomos que el Banco Bilbao no había publicado, que había escrito sobre Montero Ríos, sobre Castelao, sobre Murguía, sobre Pardo Bazán o Vicenti, que había organizado el primer tren cultural del Ministerio de Cultura o que había realizado algunas obras audiovisuales para la Televisión de Galicia entre otras muchas cosas.

Pero la asunción de su verdadera dimensión y el respeto académico por su figura llegó en la Universidad. Cuando estudiaba Historia en Santiago, al finalizar una clase sobre el Magreb contemporáneo, la profesora Aurora Artiaga se me acercó y me preguntó si tenía algo que ver con José Antonio Durán. “Es mi tío”, contesté. “Qué suerte poder tener a alguien como tu tío en la familia, aprovéchalo”, me respondió.

Aquellas palabras calaron, me hicieron pensar en todas las conversaciones que el tío Toño tenía con mis padres y resonaron nombres de mi niñez en las sobremesas estivales. Aparecieron de nuevo Isaac Díaz Pardo, Luis Seoane, Carlos Casares, Ramón Villares, Justo Beramendi, Laxeiro, César Portela, Alfonso Rivas, Rafael Chacón, Luis Cochón... Todos buenos amigos con los que había compartido su creatividad y sus conocimientos.

Aparecieron también en mi memoria Fuxan os Ventos, Milladoiro, Suso Vaamonde, las visitas a los museos y a la casa de Rianxo. Surgieron después colaboraciones propias para sus investigaciones como buceador en archivos pontevedreses y compostelanos, acudí a sus presentaciones de los libros sobre distintas personalidades culturales y políticas de la Galicia de los siglos XIX y XX, ví sus audiovisuales creados en su Taller de Ediciones, la editorial fundada por él y en la que trabajaba mi primo Jorge Durán...

Pegado siempre a su ordenador, visitante asiduo al Archivo Nacional, era una fuente enorme de conocimientos y una persona siempre dispuesta a compartirlos, a colaborar con los medios de comunicación, a tener una conversación o a hacerse con un hueco en el café para tener una tertulia. Lo recuerdo en el Carabela de Pontevedra, con una copa de vino y metido en una charla con algún amigo, con su bastón arriba y abajo por la calle Michelena, con una sonrisa y su humor ácido siempre a punto de salir a borbotones.

Desde hace unos años ya no tenía a mi padre para discutir sobre política o la vida de la ciudad. Ahora podrá volver a hacerlo, como con algunos de sus amigos que tampoco estaban con él en los últimos tiempos. Donde quiera que esté seguirá investigando, porque ese era su ADN, el de un historiador brillante, incansable y voraz. Algún día volverá a jugar conmigo a las palabras esdrújulas y yo le contestaré rápido y firme: “¡Milímetro, célula, océano!”.