Opinión

Patatillas, pacharán y Michael Robinson

El comunicador inglés siempre será parte indisociable de varias generaciones, entre ellas la mía, que crecieron con su mal español y su carisma pegados al día a día
Michael Robinson. ARCHIVO
photo_camera Michael Robinson. ARCHIVO

Lo único que yo le debo al SuperDépor fue el abono al Plus. Cuando aquel equipo surgió fulgurante, mi padre decidió que no se podía perder que un equipo gallego luchara por campeonatos. Yo no puse objeciones, a pesar de que el blanquiazul nunca fue mi combinación de colores favorita. Decidí que valía más la pena cambiar aquellas rayas y chirridos del canal seis por una imagen nítida y los comentarios de un tipo inglés tan carismático como sabio.

La decisión de mi padre acabó siendo clave en mi vida, quizás más de lo que yo piense. Aquel golpe de genialidad paterna -sin discusión por parte de la que llevaba las cuentas de la familia- puso a jugar en el salón de mi casa a los equipos de la Liga española, de la Premier, del Calcio y la Liga Argentina. Metió por mis venas durante mil horas cientos de partidos de fútbol, compartiendo espacio con las patatillas, las olivas y los chupitos de pacharán comprados en el Froiz de Echegaray.

Mi infancia y adolescencia transcurrieron, en gran parte, con Michael Robinson al micrófono

Mi infancia y adolescencia transcurrieron, en gran parte, con Michael Robinson al micrófono. Él estuvo allí cuando Gudelj y Vicente salvaban el culo al Celta una y otra vez, en los buenos tiempos de Karpin y Mostovoi y los actuales de Iago, también en el penalti de Djukic y la Liga herculina, en el Dream Team de Cruyff, en la explosión de Raúl y las Copas de Europa coloreadas del Real Madrid, en el Valencia de Benítez, en la pena máxima de Riquelme a las manos de Lehman...

Con aquel Plus de Robin descubrí a Shearer, Le Tissier, Beardsley o Andy Cole, aprendí a odiar al ManU de Ferguson y a vibrar con el Arsenal invencible; a amar a Del Piero, Weah, Signori, Totti y Batigol, a ver fracasar a Mendieta en Roma y alucinar con Guardiola y Baggio en el Brescia; alabé al Payaso Aimar, Juan Pablo Ángel o al Toto Berizzo, vi a Gustavo López ganar con Independiente... Demasiado.

Michael siempre estuvo allí. En El Día Después, al que no faltábamos nunca todos los de casa, desde mi tía-abuela Manuela -que subía del bajo donde vivía para ver a aquel inglés que hablaba mal- hasta mi hermana, a la que el fútbol siempre le importó bien poco. Michael Robinson fue tan parte de mi vida como jugar en la pista del colegio cuando se acababan las clases, como las risas y las peleas con los amigos, como las primeras salidas y sus consiguientes resacas, como el sufrimiento por la chica que no te hacía caso, como los domingos con Jacobo en la universidad, todo el día con el fútbol puesto en nuestro piso de estudiantes en Fontiñas entre padecimientos infinitos por un Celta ciclotímico.

Robinson siempre fue un comunicador asombroso y con un gran carisma

Ahí siempre estuvo Michael Robinson. No era un tipo cualquiera, era un comunicador asombroso, con el carisma de su acento, de sus anécdotas, de su visión y análisis deportivo, de la amabilidad que transmitía siempre. Creador de productos audiovisuales de una calidad excelsa, como Informe y Acento Robinson, su legado es el de quien ha engrandecido una profesión, la periodística, tendiente al fango y a la podredumbre en los últimos tiempos del mainstream. Los productos que llevan su nombre han sabido informar, enternecer, emocionar y contar historias tan especiales que jamás pasarán desapercibidas.

Con su dirección todos disfrutamos de aquel Cuando fuimos campeones, lloramos por Ochoa de Olza, alucinamos con una sonrisa en el corazón con El Trinche y el Maradona de Argentinos Juniors y, en mi caso, admiré hasta el tuétano ese magnífico e inolvidable Chile. Por la razón o la fuerza, paradigma de lo que cualquier periodista quiere hacer, o al menos acercarse, alguna vez en su carrera profesional.

El maldito cáncer y este horrible y odioso 2020 se ha llevado un trozo de mi pasado, me ha hecho recordar demasiado e inundar de nostalgia el confinamiento lucense. Pero ese tiempo nunca se borrará, ni Michael Robinson se encerrará en el zulo del olvido, porque siempre me quedarán sus partidos y comentarios, entre la emoción con olor y sabor a snacks y pacharán de mi padre. Espero que los dos se puedan saludar donde quiera que estén y que él le muestre todo lo que lo admiró y le agradezca el haber hecho mejor la vida de la familia Durán durante tantos años. DEP Robin.

Comentarios