Opinión

El viernes que no pudo ser

VIERNES. VIERNES era el día en que los supermercados tendrían que brindarnos una gran premiére: la de los productos navideños. Parece un día diseñado adrede: viernes, después de cobrar, justo antes de un puente y ya en el mes de las fiestas. Podrían hacer volar serpentinas de colores, hacer como que hacen descuentos e inaugurar como pantanos franquistas mesas repletas de selectos manjares: turrones imposibles, polvorones de achicoria, frutas escarchadas de árboles transgénicos, alfajores de aquí al lado, chocolates sin leche ni azúcar ni cacao, pan de Cádiz de cualquier otra parte, rosquillas cuadrangulares, roscones de vino de Rioja, mantecados masticables o piñas del tamaño de una nuez de macadamia.

Pero a estas alturas hace más de un mes que en los pasillos de los supermercados nos estorban las mesas repletas de arroz inflado recubierto de algo que aseguran que es chocolate pero lo cobran diez veces más caro. Es la gran ocasión perdida de hacer un Viernes Blanco, un día solo para comprar caries envasadas y grasas saturadas sin remordimientos de conciencia. Pero así no. Así no hay quien distinga cuál es de verdad el turrón más caro del mundo.

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