Opinión

Inventos esenciales

EN ALGÚN lugar de Austria luce como los Alpes un museo dedicado a inventos inútiles. Tengo un amigo vienés que vive en Canarias con el que espero ir un día a su país. Le pediré que me lleve solo por ver si tienen el Senado español allí expuesto. Los inventos, en general, solo me gustan cuando son extremadamente sencillos, por dos razones: suele ser un síntoma de genialidad y, mucho más importante, los puedo entender. Por ejemplo: comprendo a la perfección los tornarratos de los hórreos, esas piedras que se ponen en sus apoyos para aislarlos de los roedores cuya efectividad es del cien por cien. También comprendo las cerraduras de caravillo o las puertas de doble hoja. Aunque dieron con ella anteayer, la fregona es un invento de calado, como la anestesia o las bicicletas. La semana pasada, en cambio, me concentré en un documental sobre los bitcoins, la nueva moneda de internet, y no entendí una sola palabra: demasiado virtual para mi realidad, demasiado real para obviarlo. Como cuando salieron los móviles y dije lo mismo que usted: "Están bien para una emergencia". Ja. Ahora ando loco porque me da que en el mío me racanearon los emoticonos.

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