Opinión

Nos están avisando

UNA IGLESIA de Ribadeo hizo tañir sus campanas a los cuartos, las medias y las horas. Creo que fue la de la Orden Tercera. Era un sonido recogedor en una jornada gris que parecía trasladarte de inmediato a una aldea cualquiera. Pero por la calle pasaban niños, así que no podía ser. Podían advertir de alguna muerte, pero su sonido era lo bastante neutro como para descartarlo. Así que pensé que tal vez recuperasen aquella otra utilidad que se dio secularmente a los campanarios: avisar de la inminente llegada de una desgracia. Eso me cuadra a la perfección y hasta encaja en la frecuencia con la que sonaron porque estamos tan rodeados de ellas que las campanas tocan y nosotros elegimos el mal que se nos viene encima. Como su tañido arrastra cierto deje nostálgico, se me ocurrió que más que avisar, las campanas certificaban que ya había llegado. Pensé en los coches que aparcan solos, en el calor que hace, en los helados de 23 sabores, en el whisqui de garrafón, en la línea continua de la carretera, en '‘Ocho apellidos catalanes'’, en que hay un noveno planeta ahí fuera y el aviso de las campanas me pareció un gesto muy humano. Se nota la mano del papa Francisco.

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