Opinión

La crisis climática, relegada

Es de desear que los gobiernos, los medios informativos y la ciudadanía se mantengan atentos y reaccionen activamente frente a la crisis climática

LA MAGNITUD de los problemas surgidos de forma imprevista en los dos últimos años (la pandemia de coronavirus, la guerra en Ucrania) han conducido a los medios de comunicación y a la opinión pública mundial a relegar a un segundo plano la crisis climática, que sin embargo sigue constituyendo la principal amenaza para el equilibrio ecológico del planeta y para la supervivencia de múltiples especies de seres vivos, incluída la nuestra.

A finales del mes de febrero pasado —coincidiendo con el inicio de la invasión rusa, por lo que pasó más bien desapercibido— el informe del IPCC (panel internacional de expertos climáticos) de la Onu advertía de que el impacto y la extensión del calentamiento global están siendo mayores de los previstos, afectando ya a varios miles de millones de personas, alterando los ecosistemas terrestres, mermando la biodiversidad y reduciendo las superficies cultivables a causa de la sequía, lo que redunda en una caída en la producción de alimentos y aumenta el riesgo de hambrunas y malnutrición. El deterioro medioambiental acarrea asimismo un incremento de enfermedades letales, como ha puesto de manifiesto también el informe de la comisión sobre Polución y Salud de la prestigiosa revista médica The Lancet hace apenas unos días, según el cual en 2019 murieron en el mundo 9 millones de seres humanos —más que todos los decesos debidos al covid en dos ños— por causas relacionadas con la contaminación. Y en el mes de abril, el observatorio de Mauna Loa en Hawai registraba el índice más elevado de partículas de CO₂ (dióxido de carbono) hasta ahora detectado en la atmósfera terrestre: más de 420 partes por millón, cuando hace 20 años era de 375, en tanto que las primeras mediciones, efectuadas a partir de 1958, arrojaban un saldo de tan solo 315, dibujando a lo largo de más de seis décadas una línea gráfi ca ascendente, denominada curva de Keeling por el científi co que inició y dirigió esta investigación.

Ante estos datos y evidencias, sería razonable esperar que, ya que Europa debe —por la guerra— desvincularse de su dependencia energética respecto de Rusia en cuanto a gas y petróleo, a partir de ahora se promueva en nuestro continente el desarrollo y uso de formas de energía más limpias y sostenibles, pero sobre todo es de desear que los gobiernos, los medios informativos y la ciudadanía se mantengan atentos y reaccionen activamente frente a una crisis climática que, de continuar como hasta ahora, podría suponer el mayor riesgo existencial para la humanidad y la vida en la Tierra en lo que resta de siglo.

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