Opinión

El disenso

En los momentos más críticos de la primera ola de la pandemia, allá por el mes de abril, constaté en mis artículos que de nuevo la palabra ‘consenso’ volvía a la primera línea de la vida política española, lo que me hizo recordar mis tiempos jóvenes durante la Transición democrática. Bajo la presión de las difíciles circunstancias sanitarias, con cerca de un millar de muertos diarios por efecto del covid-19, parecía haber un acuerdo prácticamente unánime entre todos los partidos políticos y los propios ciudadanos para mantener una unidad de acción frente al mal que nos afligía. Era una voluntad común de combatir la adversidad tomando todas las medidas necesarias para prevenir la expansión del virus y evitar el colapso del sistema de salud.

A la vuelta de apenas seis meses después, tristemente compruebo que aquella disposición al entendimiento entre las distintas facciones y territorios para luchar hombro con hombro por el bien de todos ha periclitado, dando lugar, por el contrario, a un estado de ‘disenso’ en el que cada cual diverge de los demás sobre el fondo y la forma de las decisiones a adoptar. El Gobierno autonómico de Madrid (y varios más en su apoyo) no concuerda con el central en admitir la necesidad de confinar la totalidad de la capital; las comunidades autónomas actúan por su cuenta con mejores o peores resultados según los casos; los partidos disienten entre sí sobre el modo de controlar la segunda ola en la que ya nos hallamos inmersos, y por si fuera poco, el número de los negacionistas y disidentes de la prevención del covid parece ir en aumento. Quizás no por casualidad coincide que España es ahora el peor país de la Unión Europea en cuanto a expansión del coronavirus.

Que una actitud de consenso en esta materia es mucho más práctica y positiva que la contraria en la que nos hallamos lo acredita el caso de países como Alemania o Italia (que fue el primer gran afectado en Europa), cuyos actuales datos epidemiológicos son mucho mejores que los nuestros. Una vez más, es preciso preguntarnos qué es lo que falla en nuestra idiosincrasia o nuestro proceder y, sobre todo, en nuestra actividad política, para que hayamos pasa- d o , en apenas medio año, de un amplio consenso a un hondo disenso en cuestión tan fundamental y urgente.